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El Papa Francisco fiel a su formación JESUITA, caracterizada por el humanismo, la solidaridad con los pobres y el de una Iglesia apegada a la sociedad, defendiendo sus intereses legítimos, sociales y espirituales, vino a México para hacernos reaccionar.
La forma es fondo, decía un político mexicano. Desde el momento en que se seleccionaron los lugares y escenarios para estar con los mexicanos, el mensaje era muy claro. Son lugares de violencia, crimen organizado, delincuencia, injusticia, corrupción y discriminación.
Bueno, hasta a su misma estructura eclesiástica criticó, le llamó la atención cuando llamó a los obispos “Modernos Faraones”, a quienes les ordenó que se quitaran las sandalias y se pusieran los zapatos del trabajo.
Tocó temas como la corrupción, en una clara alusión a nuestra clase política y gobernante. Recogió el reclamo de Alberto el joven moreliano que le dijo que la inconformidad en México está creciendo cada día más por la difícil situación económica y social. Otro reclamo al gobierno mexicano.
Les dijo a los jóvenes que Dios no tiene sicarios, sino discípulos y son ellos, quienes constituyen la principal riqueza de México. Habló de la avaricia, la vanidad y el orgullo como los grandes males de la humanidad moderna.
Habló de nuestros graves problemas claramente. Nos llamó a reaccionar para cambiar nuestra realidad. Les pidió perdón a los indígenas que han sido excluidos históricamente y que están huyendo hacia otras religiones en Chiapas.
Ojalá y que los fervientes católicos mexicanos y michoacanos entiendan en toda su dimensión los mensajes del Papa Francisco. Se trata de un líder crítico, que busca transformar muchas cosas a favor de la humanidad, entre ellas a su propia Iglesia que se está cayendo estrepitosamente.
Ojalá y le hagamos caso al Papa Francisco y nos atrevamos a cambiar. Así sea.