En memoria de Gilberto López Guzmán, defensor incansable del medio ambiente y entusiasta reivindicador de la autonomía del Consejo Estatal de Ecología (Coeco), quien partió convencido del valor regenerativo de la acción ciudadana.
Hemos llegado a un tiempo en que las opciones para eludir la responsabilidad sobre nuestra relación con la naturaleza se han estrechado dramáticamente. No existe más ni el gran espacio ni el eterno tiempo para continuar reproduciendo el engañoso paraíso que depende de sustraer y aniquilar la vida natural.
La escasa o simulada importancia que los gobiernos le han dado a las políticas ambientales ha generado un acumulado negativo cuyo costo es la disminución de las oportunidades de sobrevivencia civilizatoria. Sabiendo que deben asumir un relativo costo en la aceptación de sectores económicos poderosos han decidido posponer en cada ciclo de recambio de poder las grandes decisiones que a ellos les correspondía.
El acumulado ambiental negativo ha crecido tanto que hoy se desbordan las contradicciones en el ámbito productivo, de gobernabilidad y de viabilidad civilizatoria. La carrera contra reloj para disminuir la temperatura del planeta, que de no hacerlo agudizará los fenómenos climáticos y los efectos en los sistemas productores de alimentos no es una noticia grata, como tampoco lo es el creciente fenómeno de la migración por las mismas razones.
Los conflictos y desajustes en la economía para crear e introducir nuevas tecnologías para sustituir las energías fósiles, con las que hasta ahora ha venido funcionando nuestro mundo, generan costos que pudieron evitarse si a tiempo se hubiera aceptado la urgencia de la transición energética.
El ciego pragmatismo de los políticos, que solo se interesan en mirar el transcurrir de sus gobiernos por tres, cuatro o seis años, pero que son obcecadamente ciegos frente a trayectos de 10, 20, 40 o más años, nos ha colocado en una desventaja casi claudicante frente a la devastación ecocida que camina a zancadas por todo el planeta.
Los reportes globales, nacionales o estatales de pérdida anual de ecosistemas, de destrucción de acuíferos, de extinción de bosques, de degradación de tierras, de uso de agroquímicos dañinos para humanos, animales y vegetales, exhiben con diáfana claridad el fracaso de los gobiernos para la conservación del planeta en que vivimos, o el abandono gubernamental de los territorios locales en donde se desarrolla la vida humana.
La ausencia o debilidad de nuevas creencias, filosofías, valores culturales y praxis ecológicas virtuosas, que coloquen como pilar fundamental de la vida humana el aprecio por lo otro, lo natural, ponen al descubierto el enorme atraso con que la civilización contemporánea nos estamos asomando a esta era de crisis.
Los gobiernos han venido “administrando” esta crisis como se administra un estado financiero, esperando que en cualquier momento se alcance el equilibrio entre ingresos y egresos, sin considerar que las pérdidas en la materia ambiental ya son pérdidas absolutas, irrecuperables.
En el caso de México la política ambiental literalmente ha sido bateada y pateada. Si acaso podemos ver algunos esfuerzos que terminan en la abierta simulación y aclamados dentro de una realidad alterna, alejados de toda eficacia.
Inicia un gobierno en Michoacán que, sin embargo, podría caminar en una dirección más consecuente y congruente si se empeñara con nuevas políticas y hechos públicamente reconocibles.
Habrá un referente emblemático, duro y concreto, que todos miramos con preocupación e impotencia, el cambio ilegal de uso de suelo. Detenerlo y con ello desarticular el ciclo negativo que alimenta: incendios forestales, acaparamiento ilegal de agua, exterminio de ecosistemas, tala ilegal, uso de agroquímicos letales, inseguridad, confrontación de poblaciones e ingobernabilidad, nos permitirá evaluar el estado de los compromisos ambientales del gobierno que inicia.
En un año deberá notarse el freno y la cero tolerancia al cambio ilegal de uso de suelo. Si en ese punto se falla habrá fallado la esencia de la política ambiental. Si así fuera, toda la política gubernamental habrá fallado, y la razón es precisa, en nuestro presente y futuro toda política o será ambiental o en definitiva no será. Es decir, lo ambiental no es una cuestión aislada, es intrínseca a todas las políticas, desde la económica, la educativa, la de seguridad, la agropecuaria, la de salud, etc.
Al gobierno recién protestado no le quedan espacios para la omisión o para posponer, sus políticas deberán estar actualizadas a la crisis climática global y local para que sean pertinentes y oportunas. Deberá tomar la cuestión ambiental como tomando el toro por los cuernos, si no lo hace, no será gobierno. En ello le va todo su futuro.