(«Vamos encausando la regularización de los normalistas que hacían cada rato desórdenes y demás, espero que después de la garrotiza que les pusieron por allá en Aguascalientes que también le piensen un poco, pero eso también va encausándose”. SILVANO AUREOLES)
Las escuelas normales rurales son viejos centros de resistencia y alumbramiento. Desde su nacimiento, surgieron como antípodas de las facciones más conservadoras del país, cercanas al monopolio educativo de la iglesia, pujante defensora de la cultura conservadora que justificaba las estructuras de control de los terratenientes y de los grandes banqueros y empresarios.
Como ocurre hoy, había una escuela según la condición social de los demandantes: para el pueblo “las del gobierno” (un filón enorme de éste ni a ello puede aspirar), y una elitista para los “pudientes”; para la clase gobernante. Entre ellos hay una franja que se coloca entre los de abajo y los de arriba. La franja que generalmente puede acceder a la medianía, pero que sueña con codearse con los más poderosos, asistiendo a centros educativos como el Tec. de Monterrey, el ITAM o la UVQ. Aunque nunca pasen de “perico perro”.
Cuando estas generaciones emergen en el mercado de trabajo, se colocan de la misma manera: los de abajo van a trabajos malos y mal pagados (cuando encuentran), y los de arriba asumen generalmente los cargos de mando en sus empresas y en el gobierno que les pertenece.
La franja de personas que se coloca en medio, también está en los puestos de la medianía, soñando con llegar a ocupar algún día el puesto de su jefe, cuestión que generalmente nunca ocurre. El normalismo es de las profesiones que nacieron abajo, con la gente más pobre y para servirles a ellas.
El gobierno de la naciente tercera república, estimulado por una revolución social armada de carácter altamente popular, le dio como objetivo la tarea de alfabetizar a los trabajadores del campo y la ciudad, educar a niños y jóvenes e incorporarlos a la producción por medio de la ciencia y la técnica. Así nacieron las primeras escuelas elementales, las “misiones culturales” y las escuelas secundarias técnicas, tanto agropecuarias como industriales. Pero además, los maestros surgidos de la misma clase social y formados en la teoría social y pedagógica de Freinet, Dewey, Froebel y, sobre todo, la escuela soviética de Antón Makarenko, desarrollaron un compromiso inusitado con las escuelas y comunidades, de tan forma que se convirtieron en elementos imprescindibles de organización social para la defensa de sus derechos y su territorio; así como para organizar mejor la producción.
En ese camino, los maestros rurales se fueron convirtiendo en elementos críticos de la situación social hasta desarrollar una alta conciencia de justicia y libertad, que en muchos casos los orilló a encabezar tomas de tierras, fundaciones de ejidos, defensa de mantos freáticos, exigencia de financiamiento para la producción y mejores escuelas, hospitaales y condiciones de vida para la población. Su alta conciencia los convirtió en actores de la lucha por la democracia, contra los cacicazgos regionales o locales, contra el oscurantismo clerical y, sobre todo, contra la antidemocracia priista que domina al país.
Por esta vía, fue que en las décadas de los treintas y cuarentas los maestros fueron combatidos por la iglesia y objetivo de los grupos cristeros en la guerra “cristera” de la década de los veintes en contra del gobierno de Calles. En Michoacán varios de ellos, fueron arrancados de sus escuelas y asesinados. A las maestras las llegaron a violar antes de matarlas. Muchos fueron martirizados antes de ser colgados o asesinados.
Pero sí en ese entonces enfrentaron la rabia de los hacendados y terratenientes y la crueldad de la fe, para los años del priismo, posterior al gobierno de Lázaro Cárdenas, los maestros rurales eran ya considerados peligrosos para el sistema y las escuelas normales rurales un riesgo innecesario, por lo que se inició una estrategia para acabarlas.
De esta extirpe indómita surgieron maestros de la talla de Arturo Gámiz y Miguel Quiñones asesinados en el asalto al cuartel de Madera en Chihuahua en 1958; Genaro Vázquez y Lucio Cabañas maestros que fueron orillados a combatir al gobierno de Guerrero y el país y Misael Núñez Acosta quien enfrentó en el Estado de Mèxico al cacicazgo de Elba Esther Gordillo y del grupo “Atlacomulco” en la región de Nezahualtcoyotl. El maestro rural vive diariamente la situación de pobreza, exclusión, autoritarismo y engaño de que son objeto las comunidades y sus habitantes.
Si en la escuela la formación de la conciencia quedó inconclusa, la realidad acaba con la tarea. Han sido principalmente las escuelas rurales las que han venido nutriendo muchas de las luchas sociales que se han desarrollado en el campo popular; pero sobre todo las que ha desarrollado el magisterio nacional en contra del charrismo sindical, por mejores condiciones de vida y, en la actualidad, además por la derogación de las contrarreformas neoliberales en materia laboral, energética, fiscal y, sobre todo, educativa. Los enormes bastiones de la CNTE se han formado, mantenido y acrecentado como producto de la participación protagónica de los maestros surgidos de las escuelas normales rurales. No es casual que sean éstas las que aún resisten después de la permanente y agresiva estrategia gubernamental para acabarlas, desaparecerlas, silenciarlas.
La ya longeva Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) es la muestra palpable de la vitalidad de una organización cuyo espíritu está impregnado de dignidad, compromiso y determinación con la educación de los oprimidos de México y el cambio social y, sobre la que recae actualmente uno de los más brutales y agresivos planes de exterminio por parte del estado y sus secuaces.
Para estos estudiantes ya ni siquiera hay de dos sopas: la represión o la sumisión; sino que al parecer sólo una alternativa les han objetivado: la de su exterminio. Los acontecimientos de lo que va de este siglo no deja lugar a dudas de que de lo que se trata es de desaparecerlas cueste lo que cueste y así está lo atestiguan las Normales de Mactumactzá, Chiapas; El Mexe, Hidalgo, Amilcingo, Morelos; Cañada Honda, Ags., Atequiza, Jalisco, Teteles, Puebla, Tenería, Edo. Mex., Panotla, Tlaxcala, Tamanzulapan, Oaxaca, San Marcos, Zacatecas, Aguilera, Durango: Ayotzinapa, Gro., y Tiripetío, Michoacán.