OPINIÓN. LA PESADILLA. Por Julio Santoyo Guerrero

Cuando llegó la hora de los discursos vino el momento de más entusiasmo, al menos entre la élite política que había recuperado el control del poder.

Con el pecho erguido se dirigió al podio con paso marcial. Ordenó las hojas que estaba por leer con lentitud calculada. Sus ojos recorrieron, de extremo a extremo,  la multitud de generales, coroneles, oficiales y tropas. En el silencio que imponía aquella disciplina se colaba el sonido de los ventarrones de febrero que chocaban en los edificios y en los cuerpos de los militares.

Habló de Madero, de las virtudes del demócrata fallido, acribillado por las balas de la infamia y la traición, pero sobre todo alzó la voz al referirse a la ética de las fuerzas armadas, iluminada por la congruencia heroica de los muchachos del Colegio Militar, que acompañaron al presidente Madero durante el cuartelazo.

La lealtad de las fuerzas armadas a la patria, ―volteó a ver la cara relajada del presidente― es la condición que justifica nuestra existencia. Una batería de aplausos provenientes de la tribuna rubricaron su dicho. Hizo un espacio, se irguió aún más y se agarró de los bordes de madera del podio, como si fuera a expulsar de su pecho algo muy importante, …y la lealtad a la patria, presidente Enrique Peña Nieto, no puede ser plena si no se manifiesta como lealtad a usted y al partido que gobierna con toda legitimidad. Señor presidente, cuente con las fuerzas armadas para la conducción política de este México que tanto queremos.

Las bandas de guerra y la orquesta militar estallaron de júbilo. El presidente Peña Nieto, embelesado por la declaración, estrechó en un sincero y fuerte abrazo al general. Su cara no ocultaba la dicha y podía adivinarse que su mente se divertía imaginando los venturosos escenarios políticos que estaban por venir.

Sin embargo, el general Cienfuegos se había tardado dos años en concederle el preciado obsequio. La prensa especulaba con la tardanza, expresaba que el distanciamiento debilitaba de manera progresiva la fuerza del habitante de los Pinos, que por cierto ya la venía perdiendo por torpezas imperdonables.

Hubo algunos analistas que en afán optimista adelantaron que estaba llegando a su fin la era del empoderamiento de los militares en los asuntos económicos y políticos del país. Una era que tuvo sus inicios en el sexenio de Felipe Calderón, quien con tal de meter a las fuerzas armadas en el combate al crimen organizado, les entregara obras al por mayor y dinero sin cortapisas. En agradecimiento los militares en voz del Secretario de la Defensa Guillermo Galván Galván, y para que no se cerrara la generosa llave del presupuesto, inauguraron de inmediato la ceremonia de la fidelidad personal y política al primer mandatario. Un apoyo por cierto, que no le alcanzó para que su partido ganara la elección del 2012, pues pesaron más los miles de muertos, de los que por cierto la sociedad también culpaba a las fuerzas armadas.

Habrá que decirlo, en esos 12 años de romance político, que terminó por pintar de verde olivo la vida nacional, la oposición denunció con virulencia en la prensa del país y del mundo la militarización de México y exigió el regreso de los militares a los cuarteles. Se decía, y con mucha razón, que la vida democrática estaba en riesgo y que los peligros eran enormes, que la descarada mancuerna política y económica del presidente, ―que no del estado mexicano―  con las fuerzas armadas abría las puertas del infierno.

Así que el presidente Peña Nieto tuvo una preocupación menos, lograba después de refrendar e incrementar las concesiones económicas y políticas a los militare ―en las que se incluían postulaciones para gobernadores, senadores y diputados, aprovechando su influencia en las zonas militares― la confirmación del pacto político, no mejor expresado por su Secretario de la Defensa, general Cienfuegos Zepeda.

Como en los tiempos de Calderón, al día siguiente la prensa y la oposición levantaron la voz y afinaron sus augurios: consolidación de la militarización del país, la instalación firme del autoritarismo, la muerte de la sociedad civil, la contrarreforma electoral para garantizar el acceso de los militares en funciones al poder político, la distorsión del presupuesto…

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