La noche del 15 de septiembre de 1810, al conocer que su conspiración había sido descubierta, el Cura Don Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria Mexicana, convocó al pueblo de Dolores, en el estado de Guanajuato, a levantarse en armas en contra de la dominación española, dando con ello inicio de la lucha armada por la independencia de México. Once años después, el 27 de septiembre de 1821 finalmente se logró su consumación con la entrada del ejército trigarante a la ciudad de México y la declaración de independencia. Tiempo después este territorio asumió el nombre de Estados Unidos Mexicanos y se dio una constitución y gobierno propio, que pasó todo ese siglo en permanentes asonadas, guerras de facciones y hasta invasiones extranjeras con un alto costo para el nuevo país. En resumidas cuentas, fueron cien años perdidos para la naciente república que, incluso, llegó a perder la mitad de su territorio a manos de los Estados Unidos a causa de su vulnerabilidad evidente generada por sus guerras intestinas.
Fue Morelos, nuestro más insigne general y michoacano de cepa, quien daría a la independencia su sentido de identidad y su carácter autónomo con respecto al resto de los pueblos al redactar un documento fundacional y fundamental en la historia patria: Los Sentimientos de la Nación. En el dejaba claro el sentido de libertad e independencia de la república, su carácter soberano y los derechos generales que al nacer adquirían los oriundos de estas tierras y la moral de su gobierno y sus gobernantes, así como la estructura del gobierno. Pero sobre todo, dejaba claro su sentido altamente social e igualitario. Es de tal magnitud su importancia que hoy a casi doscientos tres años de promulgación es aún de plena actualidad.
Cuando el Padre de la patria convocó a “coger gachupines” y el general Morelos promulgó Los Sentimientos de la Nación, el territorio nacional comprendía los actuales estados de Texas, Nuevo México, Nevada, Utah, California y parte de Arizona, Colorado, Kansas y Oklahoma. Hoy, en el 206 aniversario del inicio de la lucha por la independencia es necesario traer a la situación actual el estado de cosas que guarda la nación mexicana con respecto de su nacimiento.
Habría que comenzar diciendo que en el sentido estricto de la utopía que encabezaron los hombres más preponderantes de esta gesta hay mucho que hacer aún. Imbuida la actual clase en el poder en el desarrollo del capitalismo financiero voraz y depredador, han asumido las nuevas conceptualizaciones respecto al sentido de la independencia y, fieles a los dictados de los organismos financieros internacionales y el centro del poder mundial, consideran un acto de soberanía el concesionar la tercera parte del territorio nacional a particulares extranjeros para su explotación y beneficio, además de entregar los litorales, el petróleo y la energía eléctrica; los servicios de salud, las pensiones y la educación. Los ferrocarriles antes nacionales, que hacían llegar a los rincones de la patria a las personas y materiales, se utilizan de puente para llevar mercancías de los países del sudeste asiático a Estados Unidos y Canadá y viceversa y materias primas del país al extranjero. En nada relevante le sirven al país por donde circulan, con la salvedad de otorgar los empleos más precarios a cierto número de nacionales.
El modelo de desarrollo ha seguido favoreciendo a una casta de ambiciosos en contrapartida de la gran mayoría del pueblo sumido en la pobreza y el abandono, sobre todo los pueblos originarios; ensanchando el abismo entre ricos y pobres, aun considerando que nuestra economía es la número once del mundo, cuestión que uno no logra explicarse en relación al alto grado de pobreza que padecemos.
Es esta casta de facinerosos la que ejerce su dominio sobre la nación desde adentro. Como fieles gerentes de las grandes corporaciones financieras del mundo imponen sus políticas culturales del individualismo, el consumismo y los estereotipos propios del modelo neoliberal: Sé exitoso, aun y que por ello debas pasar por encima cualquier otro individuo, aun y que éste fuera tu hermano o tu padre y tengas que utilizar métodos o argucias nada éticas para lograrlo, pues lo que importa es el éxito; tal y como nos lo ha demostrado Enrique Peña Nieto, el mentiroso corrupto y plagiario presidente que n me representa. No existen leyes capaces de “moderar la opulencia y la indigencia, de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus
costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y él hurto” y mucho menos “constancia y patriotismo” de parte del Congreso, quienes han demostrado su lealtad a la clase en el poder, tal y como lo señalan “Los Sentimientos de la Nación”.
La palabra independencia se refiere a la capacidad de tomar decisiones de manera autónoma sobre los asuntos que nos son propios. En el caso del estado mexicano significa que las estructuras del poder actúan con independencia de otros países u organismos externos, como no ocurre en nuestro país, pues el gobierno y el congreso atienden desde hace ya decenios a “recomendaciones” hechas por los organismos foráneos, ajenos siempre a los intereses de la mayoría de los mexicanos. Además, estas “recomendaciones”, forman parte del interés de la clase política y económica que al interior del país es parte orgánica del poder trasnacional.
Las contra reformas llevadas a cabo para despojar a la nación de sus bienes contenidos en el territorio nacional -dígase de sus suelos, subsuelos, litorales, aguas profundas, mares y el espacio aéreo; así como de su patrimonio histórico y cultural-, iniciadas con Carlos Salinas de Gortari y continuadas con sus predecesores, son un vivo ejemplo de pérdida de soberanía y, por tanto, de la independencia del país con respecto de otras naciones o poderes. El usufructo de los bienes nacionales por intereses extranjeros impone, querámoslo o no, condiciones a la conducción de nuestro país y lo vuelve vulnerable en su autonomía, haciendo imposible culminar su proyecto de país en donde como lo mencionara Morelos a nombre del Congreso de Anáhuac en su acta de Declaración de Independencia, se buscaba que la América Septentrional fuera capaz por sí sola de “… establecer las leyes que le convengan, para el mejor arreglo y felicidad interior: para hacer la guerra y la paz y establecer relaciones con los monarcas y repúblicas”.
Este 15 de septiembre, en todas las plazas del país se celebrarán actos que intentarán replicar a aquel que realizara Don Miguel Hidalgo y Costilla, el Padre de la Patria, en 1810, repitiendo las frases de cada año en un supuesto reconocimiento a los que encabezaron aquella gesta por la independencia.
Lo que se refiere a un hecho histórico relevante, se ha convertido en un motivo de festividad consumista cuyo pretexto es la independencia nacional. Una celebración popular que cada vez tiene menos significación identitaria y de orgullo patrio, para convertirse en una festividad en donde prolifera la parranda.
Hoy será el año en que estos actos estarán más carentes de sentido y significación. Lo dicho por los gobernantes en plazas y balcones se escuchará mucho más falso y carente de significado patrio. La mexicanidad se vivirá, como ha sido en los últimos decenios, como un acto mercadológico en donde como siempre, serán los “mercaderes del templo” los que salgan ganando. De lo que se trata es de olvidar la historia, extraviar a los mexicanos y convertir el hecho en un convite de carnaval. En el corazón de la patria, en la plaza mayor, El plagiario de Enrique Peña Nieto saldrá al balcón de Palacio Nacional para hacer la misma ceremonia. En un
país digno una persona como él no llevaría a cabo tal acto, pero ni modo estamos en México y cosas como estas suceden. Su desempeño ha sido el peor de que se tenga memoria, y vaya que los hemos tenido malos y muy malos presidentes. Representa a la casta de facinerosos de la que hemos hablado y trae consigo las reformas estructurales hechas en contra del interés nacional; responsable de la muerte de más de 12 mil mexicanos y la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. Por eso invito a quienes me leen a abandonar a estos malos gobernantes y asumir una actitud crítica y digna ante esta importante celebración. Abandonemos las plazas o apoderémonos de ellas y desagraviemos a quienes nos han dado esta patria, que hay que defender a toda costa.
Como los años anteriores me pregunto: ¿qué festejamos este 15 de septiembre? ¿De qué independencia estamos hablando? Creo necesaria, como hace 206 años, una segunda independencia, sí de país soberano, libre y democrático estamos hablando. De lo contrario, como dijera Fernando Benítez: ¿Qué festejamos?