OPINIÓN. CASTIGO DE LA NATURALEZA. Por Julio Santoyo Guerrero

Son decenas, tal vez cientos de hectáreas de cultivos aguacateros que han perdido su inconfundible color verde oscuro. Instaladas, muchas de ellas, en zonas forestales que estuvieron pobladas de pinos no pudieron con las atroces heladas de esta temporada invernal.

El follaje muerto de estos árboles ahora es marrón y nos grita una verdad: la naturaleza no dotó a los aguacates de la capacidad para sobrevivir a temperaturas gélidas. La razón de que estén ahí no es por un atrevimiento evolutivo de la naturaleza, sino por la ambición humana.

El delirio de convertir los bosques de pino y encino en cultivos aguacateros ha podido sobre las leyes federales y estatales que expresamente prohíben el cambio de uso de suelo, pero no ha podido contra el vigor de la naturaleza.

Si la codicia de estos huerteros se regulara por las leyes del hombre y por las leyes de la naturaleza no tendrían las millonarias pérdidas que ahora tienen que encarar. Si tan sólo hicieran caso de los saberes de los campesinos más viejos de esos lugares que saben por experiencia qué lomas, cerros o ciénegas se han helado en el pasado, jamás habrían invertido un peso en zonas de recurrentes heladas.

Los campesinos saben que existen ciclos climáticos que no son anuales. Una helada puede tardar 5 o 10 años en presentarse. Ellos y sus ancestros han definido el uso de la tierra conforme a esa experiencia. Suelen ajustar entonces sus cultivos a las condiciones climáticas de cada terreno para asegurar, en la

medida de lo posible, cosechas exitosas.

La voracidad, esa que se regodea con las ganancias inmediatas, no tiene ojos para comprender la marcha de la naturaleza. Queriendo sujetarle a ciclos económicos anuales, semestrales o trimestrales, el hombre se ha olvidado de la irreductibilidad del clima. En su ceguera no comprende que incluso su proceder destructivo está modificando los patrones climáticos que ahora se le revierten como fenómenos extremos.

Pero la mala noticia de las heladas que han arrasado con huertas aguacateras de la zona centro y sur de Michoacán, podría llevarnos a otra noticia pésima. Es lógico que los empresarios del oro verde decidan no invertir en renovar las huertas afectadas para evitar los riesgos ya aprendidos. Esto significará una presión aún mayor sobre los bosques templados dominados por encinales, en los cuales las heladas puedan descartarse.

Los pronósticos climatológicos advierten que el período seco de 2021 tendrá poquísima humedad, calor casi en la misma medida que el 2020 y una entrada tardía del temporal de lluvias, propiciando condiciones para una mayor propagación de incendios forestales.

Si a lo anterior se agrega el abandono de las políticas de protección ambiental de las instituciones gubernamentales, entonces tendremos una convergencia multifactorial de condiciones para expandir el cambio de uso de suelo en favor de las plantaciones ilegales.

Las heladas de este invierno y la codicia por el oro verde están abriendo las puertas a una etapa de destrucción vigorosa de lo que nos queda de bosques. El mercado aguacatero, en su cálculo futuro, tratará de compensar la pérdida con la

incorporación de nuevas plantaciones al costo que sea, al costo que ya hemos presenciado en la última década.

La inexistente voluntad gubernamental para establecer de una vez por todas la certificación ambiental del aguacate, el establecimiento de severas restricciones en el mercado para el fruto procedente de bosques calcinados o predador de aguas, y la publicidad normalizadora que justifica el ecocidio sobre el que se levanta gran parte de la ganancia aguacatera, permitirán que la embestida que viene pueda prosperar.

Parece ser que ante el desastre la única sanción que hemos tenido hasta ahora (y tendremos) ha provenido de la propia naturaleza. La sanción, sin embargo, va más allá de lo local, es una sanción contra nuestra civilización. El cambio climático, con sus efectos devastadores por heladas extremas, lluvias torrenciales y sequías abrumadoras, son hasta ahora, en verdad, las únicas sanciones a la codicia desbocada.

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