El más grande error que las personas cometen cuando eligen a sus representantes es el atribuirles virtudes que nunca tienen y jamás tendrán. Si el elector se ha creído la versión propagandística de que el candidato es la encarnación del mensajero del paraíso y que por ello es la llave mágica para acceder a la riqueza, a la honestidad, a la inteligencia, a la eficiencia y a la eficacia en el gobierno, entonces tendremos pésimos gobiernos.
Durante centurias los gobernantes, reyes, dictadores y tiranos, hicieron creer a sus pueblos sobre su descendencia divina. Era una vía bastante persuasiva para obtener legitimidad y gobernabilidad. ¿Quién mejor para gobernar que un descendiente de los dioses, aunque sus administraciones resultaran en un fiasco y les llevaran a la miseria y a la muerte?
En las democracias modernas, no obstante los esfuerzos por normalizar el discurso secular de la política y despojarla de la religiosidad, la mitología y la banalidad que auspicia la ignorancia, aún se erigen representaciones a la vieja usanza.
El fracaso de proyectos y líderes políticos que arrastran en su naufragio la moral de sus gobernados es tierra fértil para la construcción de imaginarios simplistas que alimentan el ego de políticos ávidos de poder al costo que sea. El sustrato religioso que mora en las personas y la necesidad de referentes ante el desmoronamiento de certezas previas, juegan en favor de liderazgos audaces pero carentes de ética.
Más temprano que tarde las divagaciones sobre el advenimiento de un político-mágico que todo lo resuelva para bien, termina por estrellarse contra la realidad. El engaño puede durar un año, tal vez 4 años, pero ante la impetuosidad de hechos que no se ciñen a la voluntad de un líder y no se dominan con las acciones ineficaces de su gobierno, finaliza con el repudio de quienes lo eligieron.
Terminará imponiéndose, una y otra vez, el criterio secular y realista de la política, es decir, despojándose a los políticos de toda aureola salvacionista para colocarlos en el sitio de la dura verdad: sus reales capacidades para gobernar, su eficacia y eficiencia demostrada en su trayectoria, sus talentos para ejercer el gobierno para todas las personas, su congruencia efectiva para hacer valer la ley más allá de sus vínculos personales o partidarios, la firmeza para consolidar instituciones, el respeto a la autonomía de los poderes republicanos, el temple para reconocer ─como humanos que son─ los errores y excesos en el ejercicio del poder, y finalmente sensatez y humildad para reconocer, que no por el hecho de haber sido electo, se es dueño de la verdad.
Nada más regresivo para los michoacanos el que se nos obligue a ser testigos de una campaña electoral basada en esta idea no secular de la política. Nada más abominable el que se nos presenten los candidatos envueltos en discursos mesiánicos, mágicos o simplistas. Y peor aún que los aspirantes finquen su éxito electoral en explotar los sentimientos de miedo y de odio que anidan en las personas debido a los momentos de crisis vividos, y de los cuales ellos mismos son culpables.
Los ciudadanos debemos, si queremos merecernos un buen gobierno, no asumirnos como objetos de la propaganda, es preciso que hagamos el esfuerzo cotidiano por impugnar y desmantelar las mitologías que desde las campañas se pretenden imponer y que luego se instituyen como medio viciado para ejercer el poder. La representación debe ser interactuante, de consensos permanentes y de cuestionamiento imprescindible, de no ser así será frágil y pasto de la tiranía.
Lo más importante no es el candidato es la construcción cívica de la representación con todos los elementos que la configuran: agenda, valores, programa, compromisos y respeto a la pluralidad social. Y si en esto no participamos aseguraremos la elección de malos gobiernos que seguirán creyendo que un mandato mesiánico los ha puesto al frente.
Nos merecemos una campaña de propuestas inteligentes que atiendan con realismo los graves problemas que enfrenta Michoacán. Las campañas con estrategias soportadas en el odio, la confrontación y la mentira debieran ser sancionadas y repudiadas por todos. ¡Para quienes lo hagan ningún voto, de eso ya tenemos suficiente!