Resumen: Pensar las opciones de la izquierda (me refiero a la izquierda democrática), en el corto y medio plazo, nos obliga a un ejercicio autocrítico. Tarea urgente. Inadiable. La perspectiva de una era de los populismos autoritarios dejó de ser una amenaza fantasma para se transformar en un auténtico padecimiento. Reconstruir el centro y reconquistar su importancia en el espectro político es la única vía posible de resistencia eficaz que puede hacernos regresar al sentido común y restaurar la confianza en los principios democráticos.
Palabras-Clave: izquierda democrática, centro, política postverdad, populismos autoritarios, neofascismo
Morelia, Mich., 6 de enero 2017.-La perspectiva de una era de los populismos autoritarios dejó de ser una amenaza fantasma para se transformar en un auténtico padecimiento. Reconstruir el centro y reconquistar su importancia en el espectro político es la única vía posible de resistencia eficaz que puede hacernos regresar al sentido común y restaurar la confianza en los principios democráticos. Pero, reconstruir el centro no es posible sin pensar la tercera globalización. Tal obliga a pasar por un ejercicio de reflexión sobre las opciones de la izquierda para el 2017 -2018.
Pensar las opciones de la izquierda (me refiero a la izquierda democrática), en el corto y medio plazo, nos obliga a un ejercicio autocrítico. Tarea urgente. Inadiable
Ejercicio que pasa por un diagnóstico de los miedos, de las traiciones, de las «metidas de pata», de las parálisis ante los populismos autoritarios y, por la denuncia de la seducción (simplista) por la manipulación informativa, típica de la era de la política postverdad.
Ejercicio que pasa (o tiene que pasar) por un rechazo de la radicalización del discurso – tanto a la izquierda como a la derecha – y, por un real interés en escuchar la postmodernidad. Tarea que nos arroja como imperativo el dejar de lado la tibieza en la acción política y erradicar la tentación de «pactar» sobre principios fundamentales.
Pasa, también, por la defensa de los aspectos positivos de las sociedades contemporáneas hiperconectadas en red y del proceso civilizador del bloque internacional de los tratados en materia de derechos humanos. O sea, por el reconocimiento de la multiversidad de las aspiraciones individuales, de la importancia central de la diseminación del conocimiento, de la exigencia de una real democratización del acceso a las nuevas tecnologías, de la instalación de un nuevo paradigma de la movilidad de las personas y, ¿porque no? de la convergencia de la cultura material.
En su contrario, destruir lo logrado hasta el momento o aceptar, como única alternativa, que sólo existe la posibilidad del apocalipsis es un discurso y una vía que no nos permitirá ni sobrevivir electoralmente, ni reconstruir el centro, ni avanzar para las sociedades equitativas y tecnológicamente desarrolladas.
Ciertamente que el panorama mundial que nos deja el 2016 es deprimente. Pero, aceptar la deriva autoritaria, optando por la tibieza o por ceder en los principios, sólo fortalecerá la «normalización» de las propuestas neofascistas y neonazis, proceso que tiene que ser atajado con vigor, atacando de frente la aceptación subyacente en el marketing que etiqueta a la extrema-derecha en el anodino apodo de «alter-right». Pactar con este proceso de «normalización», significa, también, un regreso a la incultura, la disminución de los niveles de protección social y, muy probablemente, un retroceso en la transición a la nueva economía digital. Aceptar que no podemos restaurar la confianza del electorado en el centro sólo nos arrastrará al caos. Capitular ante la narrativa de que los grupos de presión empresariales tienen «derecho de veto» sobre los derechos sociales, solo nos arrastrará a funestos escenarios de pobreza en que se verán reducidas las posibilidades de satisfacer las necesidades de justicia, solidaridad y cohesión social, pilares de las democracias avanzadas.
Tenemos, entonces, imperativamente que despertar de la tibieza -ideológica, política, electoral, cultural- que nos paralizó en el 2016 y nos reenvió a «doctrinas» de mundos oscurantistas de un pasado impresentable.
Seamos sinceros, el 2016 fue un «annus horribilis». Los resultados del Brexit, del referendo de la Paz en Colombia, la elección de Trump, la larga agonía de Alepo ante la mirada indiferente de las grandes potencias, el déficit de ejercicio de los derechos por los grupos vulnerables, la amenaza de la recesión económica, han hecho daño a la política, han hecho daño a una izquierda que pactó. Han fortalecido la narrativa neofascista.
A lo largo del 2016, hemos permitido que actores políticos importantes continúen ignorando el problema nodal del cambio climático. Y los hemos dejado ganar escaños. Nos cebamos como cerdos ignorantes, en un colectivo acto de irresponsabilidad colectiva (casi criminal) con la obsesión de los medios de comunicación masivos y de las redes sociales por la criminalización de los refugiados, de los migrantes económicos, de las minorías sexuales, de la protesta social. Hemos permitido (y difundido) un bombardeo constante de hechos falsos, de rumores, de discursos racistas, misóginos, de teorías del complot, en una orgia de manipulación informativa en un terrorismo cibernético que ataca las fundaciones mismas de las democracias y del estado de derecho.
Muchos se vendieron por 30 monedas de plata y permitieron el despertar del monstruo ideológico de la extrema-derecha racista, xenófoba, intransigente, de la subcultura de la violencia política. Abandonamos la defensa del dialogo para la paz, de la seguridad económica, de la protección social y en la salud. Claudicamos en la defensa de la educación pública y, otros a nombre de la seguridad nacional y/o internacional, sucumbieron al miedo de la quinta ola de terrorismo y pactaron con interpretaciones restrictivas de las libertades individuales inscritas en los tratados y en las constituciones avanzadas.
Así era en el 2016.Pero, en el 2017 no estamos obligados a continuar por este riesgoso plan inclinado ni a cometer los errores del 2016. O que nos lleva a colocar la cuestión de lo que hará falta en el 2017, para contrarrestar las deficiencias de un sistema socialmente desigual, injusto y brutalmente cruel.
Podríamos optar, ante el dantesco paisaje político que nos dejó el 2016, por un desespero elegante o por una revuelta «hecha con las tripas». Yo voto por la esperanza y, por una visión de optimista de un futuro que podemos construir usando las ventajas tecnológicas y el sentido común de los centristas en la política, para cambiar a nuestro mundo, instalando como su premisa básica, alcanzar estándares aceptables y adecuados de calidad de vida para todos. Debemos, entonces defender un regreso al centro, defender un presente que no cederá en los principios de justicia, de equidad, en las libertades individuales y en las conquistas sociales. Un presente en que las nuevas tecnologías proporcionan un amplio abanico de posibilidades de organización, de desarrollo, de laboratorio social, de ventajas sociales y de eclosión de iniciativas individuales, locales, alternativas, múltiples. Oportunidades que rebasan cualquier utopía descrita por los filósofos del pasado.
Debemos partir para una reconstrucción política del centro, que proponga un presente en que podemos re-organizar la producción, pensar nuevas estructuras laborales, flexibilizar y liberar las nuevas opciones educativas, reducir brechas, explorar nuevas formas sociales, debatir la introducción del ingreso mínimo universal y la reducción de las cargas laborales.
Pensar la tercera globalización como un proceso centrado en el individuo, en el planeta y en la cohesión social. Un concepto evolutivo de globalización que se alejará, definitivamente, del paradigma del primer «sistema-mundo» (noción desarrollada por la opresión política y económica del mercantilismo del binomio colonia -metrópolis en los siglos XVII y XVIII) y de su avatar del siglo pasado, o sea de la segunda globalización, llena de las contradicciones del capitalismo y que se ha agotado en un modelo de la movilidad de productos , de la mundialización financiera, reducido a una balcanización política a lo largo de los ejes de tensión geopolíticos.
Ahora bien, la transición a la tercera globalización – bajo las premisas arriba enunciadas de reconocimiento de las libertades y autonomía del individuo, de defensa del planeta y de organización política que fortalezca la cohesión social y las solidaridades – sólo puede ser hecha a partir de la reconstrucción del centro y de la eliminación de las posibilidades electorales de los populismos autoritarios. Reconstruir el centro es la única posibilidad real de impedir que la acumulación de resentimientos (en algunos casos reales, pero en otros imaginados) se traduzca en movimientos de violencia callejera que elevarán al poder a demagogos de pacotilla.
Reconstruir el centro significa, también, asumir las guerras culturales en los campos de los derechos de las mujeres, de la diversidad sexual, de la convivencia entre grupos étnicos diversos, de las autodeterminaciones y del libre desarrollo de la personalidad.
Reconstruir el centro pasa, entonces, por no ceder ni una iota ante la radicalización conservadora que se alimenta del odio y de las exclusiones para someter individuos y grupos humanos a los intereses económicos particulares de las grandes corporaciones ni claudicar ante, la consecuente intrusión del estado securitario en nuestras esferas de privacidad y de libertades.
Reconstruir el centro, es la única opción real de eliminar tanta injusticia social y crueldad.
*Teresa Da Cunha Lopes es Profesora-Investigadora de la UMSNH, especialista en Derecho Comparado, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (S.N.I. Nivel I)