OPINIÓN. APUNTES PARA LOS DÍAS QUE VIENEN. Por Julio Santoyo Guerrero

Si somos observadores alcanzaremos a entender que la pandemia está trastocando el mundo en el que hasta ahora hemos vivido, está derrumbando supuestos y poniendo en entredicho creencias en ámbitos cruciales. La apertura no será el retorno al mundo de diciembre del 2019, muchas cosas han cambiado y otras lo seguirán haciendo en los próximos meses.

Veamos.

Por ejemplo, el ejercicio de la libertad se trastoca. Libertades tan elementales como salir a la calle, la asociación masiva, de trabajo, de comercio, han quedado restringidas de facto a cambio de conservar la salud y la vida. La libertad está acotada, o bien por recomendación precautoria del Estado o por auto imposición de las personas.

Ante la crisis la exigencia del retorno a la racionalidad política de los gobiernos se impone como condición para enfrentar un problema que rebasa por mucho los límites de la ocurrencia espontánea y la ignorancia de gobernantes de todo signo. El ejercicio de la política, que antes celebraba lo superfluo, lo intrascendente, el anecdotismo pragmático, el relativismo y la mentira,  está siendo cuestionada por una realidad que exige tino, conocimiento, ponderación, colaboración y visión de futuro.

La percepción subjetiva -que había adquirido prestigio y reconocimiento entre las masas- como práctica generalizada para interpelar otras verdades, pero ineficaz frente a un problema cuya objetividad sólo puede abordar la ciencia especializada, ha desatado una diversidad de respuestas equivocas y fatales frente a un fenómeno que sólo admite la respuesta de la ciencia y la alta racionalidad política. La pandemia la está replegando a su núcleo original: el ámbito personal especulativo y nada más. Si no ocurriera así la pasaremos muy mal.

El relativismo, tan aplaudido por una sociedad dominada por la cultura de la banalidad, ha hecho estragos comunicativos catastróficos, ocasionando decisiones erráticas en las naciones por gobiernos que se ajustaron a datos alternativos (la OMS incluida), de tufo ideológico, con consecuencias deplorables. Frente a la pandemia el relativismo de las verdades flaquea porque la respuesta correcta y acertada no puede darse desde la relatividad de creencias, sino de los saberes científicamente estructurados.

La certidumbre en la economía, que nos estaba habituando a cierta estabilidad y al desempeño de una cómoda rutina, se ha caído drásticamente, abriendo una grieta profunda en las percepciones de seguridad en torno al sentido de realización y satisfacción. Se derrumba la certeza en supuestos elementales de la vida actual, por ejemplo los que daban por sentado que la salud global es un bien constante y permanente; que la economía es un proceso con ritmo de altas y bajas en el tiempo pero no de ausencias globales absolutas; que las oportunidades de socialización dependen de la voluntad y ánimo de los individuos, que la libertad va siempre. En su lugar aparece una realidad en donde ni la salud, ni la economía, ni la socialización, ni la libertad, son bienes de la normalidad, son bienes intermitentes que la civilización no ha logrado asegurar de manera definitiva.

Queda establecido, para efectos de los nuevos tiempos, que la salud y la economía están vinculadas de manera indisoluble. Imposible pensar la marcha de la economía sin la salud (productores y consumidores necesitan estar vivos). En los sucesivo no se podrá calcular el crecimiento y confianza en una economía si no se liga ésta con la  eficiencia preventiva de los sistemas de salud y el desarrollo de la investigación científica. Si la bolsa de valores reacciona frente al desarrollo de la pandemia supone que en lo sucesivo deberá reaccionar frente a la fortaleza de los sistemas de salud de cada economía. La eficiencia de las instituciones de salud obligará a los estados a ofrecer sistemas más fuertes y a generar un sistema local y global de respuesta oportuna: previsión y atención, poniendo a su disposición los más altos estándares de la investigación científica y técnica a través de esfuerzos financieros de los gobiernos del mundo y consorcios privados.

La pandemia, y las pandemias por venir, acelerarán los procesos de automatización y robotización de las cadenas productivas para blindarlas de los riesgos de paro por infecciones globales humanas. El confinamiento, la acción improductiva más grande de la humanidad, impulsará con una velocidad mayor la automatización de la economía en todos sus componentes. La práctica laboral cambiará no sólo porque se impondrá como tendencia el trabajo a distancia y en red, empleando los medios tecnológicos modernos, sino por la robotización de los puestos laborales. El Estado, está visto, se obligará a la digitalización plena para administrarse con eficiencia y responder a los ciudadanos a nivel local e individual.

A estas alturas es incuestionable la crisis de la relación entre la especie humana y el planeta. La relación suicida de sujeto-objeto, en la que se ha sustentado tendrá que ser superada. Los criterios de sostenibilidad, de cuidado, respeto y restablecimiento de la salud planetaria, deben formar parte del sistema de vida global de la civilización futura. Economía, educación, salud, cultura, ética, deben tener este componente, imprescindible para la continuidad de la especie. El post humanismo encuentra en la pandemia y las que vienen la vía para su plena justificación y la oportunidad para ser incluido plenamente en el diseño de la política pública global y local.

La ineficacia en la respuesta de los gobiernos: previsión, acciones oportunas, contención, y confusión en las estrategias de apertura, además del cuestionamiento, empujará al cambio en el diseño institucional de los gobiernos, de los paradigmas administrativos que lo soportaban y ocasionará un intenso debate sobre la ética de los políticos y pondrá sobre las cuerdas el pragmatismo exhibido por el afán ególatra de los ostentadores del poder. Se ha puesto en evidencia que la ignorancia, la frivolidad, la necedad, como prácticas toleradas por las sociedades en sus gobiernos, son tan letales o más que el propio virus.

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