EL ARTE DE EVADIR UN DEBATE

Por Teresa Da Cunha Lopes

En el arte de evadir discusiones políticas significativas, durante esta campaña 2018, tal como fue visible en el debate de ayer, todos los campos políticos han perfeccionado sus estilos particulares. La estrategia ha demostrado, en el debate de ayer, ser sorprendentemente efectiva, pero tiene un alto costo: es, políticamente, traicionera, en el sentido que no produce ni la empatía, o la humildad, ni realmente fomenta el ejercicio democrático de escuchar a tus oponentes, O sea, cada candidato sólo juega para el campo de los (sus) fanáticos, pero, no gana un único voto, no convence a ninguno de los indecisos. Resultado: al perfeccionar el arte de evadir un debate se atacan el uno al otro(a) por algo así como dos interminables horas, moderadas por tres “robots” que simulan ser “periodistas”.

En el exclusivo “club de los 5, certificado por el INE, parece ser que todos firmaron un contrato o hicieron una promesa a la guadalupana, para no hablar de los costos de las políticas públicas fallidas de seguridad, para evadir la cuestión de los mecanismos de la corrupción, para pasar por alto la debilidad institucional de la democracia mexicana, al mismo tiempo que compiten por captar los votos “mochos” de todos los espectros de los fundamentalismos sectarios. Como visión: una sociedad sin libertades individuales, sin empoderamiento real de las mujeres, sin movilidad social, sin acceso efectivo a los DESC, sin distribución de la riqueza, ¡¡¡ah!!!, eso sí, sin abortos, sin casamientos homosexuales, sin opositores, sin prensa crítica, sin sindicalismo avanzado, sin futuro y sólo “pasados” para luego recitar un guión común de orden y autoritarismo. Los progresistas se complacen en un enfrentamiento a gritos de identidades competidoras que se asemeja a un argumento, pero de hecho es lo contrario, porque su objetivo real es descartar ciertos debates. Los “conservadores” se regocijan porque todos sus temas han sido recuperados y, son ahora parte, de todos los “programas” de todos los candidatos.

Es bien verdad que es difícil (virtualmente imposible) llevar a cabo un diálogo socrático en cadena nacional con el formato de un “debate” a 5 con tiempo cronometrado. Hasta los 140 caracteres en Twitter o los “memes” en redes son más incisivos, más directos, lo que es natural en un medioambiente comunicativo donde la indignación fácil puede hacerte popular.

Nos gustaría culpar alguien. A la academia (modelo de referencia) dónde, hoy por hoy, el debate es mínimo y reducido a planitudes oratorias, políticamente correctas, en los congresos y artículos reciclados. O bien, al sistema educativo en general, que uniformiza, no fomenta la lectura y, produce seguidores y no líderes. Nos gustaría culpar a la incultura como forma de opción de vida de las élites en el poder. Nos gustaría culpar algo o alguien. Porque lo que vimos ayer no es normal.

La verdad es que declarar ciertas ideas fuera de los límites de los debates aceptables por el grande público, haber claudicado (por razones de oportunismo político-electorero) ante los “fundamentalistas” y “talibanes” de todos los colores nos ha llevado a algunas derrotas bastante poderosas. Y, a retrocesos democráticos, a derivas autoritarias, a instalar al sol a personajes oscuros, medievales, sectarios, ocurrentes y/o discriminadores.

Lo que ayer quedó claro, clarísimo, es que no existe izquierda en México. Por lo menos con capacidad de tener un candidato en la carrera presidencial. Fue un debate entre neoconservadores y conservadores a la antigüita. Que tampoco existe una representatividad de la diversidad, del dinamismo, de la fuerza de los mexicanos. Existe, solamente una reproducción, endogámica, con simulación de “independientes” y de “críticos” al interior de un solo grupo: la clase política institucional.

 
En concreto, tuvimos un triste ejercicio de lugares comunes, desinformación, gráficas de niños de primaria, personalidades grises, corbatas sin estilo (hasta los trajes eran de segunda, sin color) y, una señora perdida en un casting de los 50’s. Podíamos estar en un funeral que el ambiente hubiera sido más intenso, la emoción más sincera y la participación más memorable.

Pero, podemos estar seguros de que todos comparten una misma fortaleza: son expertos en el difícil arte de evadir un debate. Y, de eso se trató ayer, de la simulación de un ejercicio de debate evitando colocar cuestiones sobre los paradigmas autoritarios y conservadores vigentes. Al final todos los candidatos ganaron en el arte del ataque personal, menos histérico que previsto, menos agresivo que anticipado, pero, no menos vacío de contenido. Al final, todos nosotros perdimos. Continuamos, como electores,

dentro de un laberinto de indecisión porque ninguno de los candidatos representa la concreta realidad del siglo XXI en que vivimos

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