Han trascurrido 50 años desde que en la Primera Conferencia de Estocolmo se propuso el 5 de junio como el Día Mundial del Medio Ambiente. La Conferencia, desde entonces, advertía con fundamentos científicos de los riesgos que enfrentaba la integridad del planeta por la actividad humana.
A medio siglo de distancia aquellas advertencias poco han sido consideradas por la humanidad. Los gobiernos del mundo, responsables fundamentales de las rutas económicas y educativas, han hecho poco frente a las muchas conferencias, asambleas, acuerdos e iniciativas que han emergido por todos los puntos cardinales del planeta.
Ha sido medio siglo de intenciones. Intenciones que han vestido a los gobernantes de las naciones con discursos que les sirven para legitimar el breve lapso en que ejercen el poder, pero que casi siempre terminan entregando pésimas cuentas en la protección y cuidado de la naturaleza.
Si se coteja a los gobiernos del mundo contra las acciones efectivas para contener y revertir el cambio climático, lo que tenemos son resultados adversos. Hay en el plano de la política más discurso que acciones eficaces. Pero, en algunos casos deplorables, tenemos gobiernos que de manera franca trabajan en contra de las acciones proambientales.
Para todos los gobiernos del mundo y las sociedades que los eligen el Día Mundial del Medio Ambiente debe abordarse sin celebraciones apologéticas y de falso optimismo. Tiene que abordarse desde la crítica. Una crítica que puede encontrar argumentos en los datos que con regularidad los científicos hacen públicos con respecto al incremento de la temperatura global, los indicadores de contaminación por el uso de combustibles fósiles, la continua extinción de especies, la degradación del hábitat humano, el achicamiento vertiginoso de bosques, selvas y manglares, la expansión de cultivos industriales a costa de bosques y especies o la pérdida de aguas por el arrasamiento de zonas de infiltración y modificación del patrón de lluvias.
El planeta está en riesgo, mejor dicho, nuestra civilización está en peligro. “Una sola Tierra”, que es el eslogan en este 2022 de las celebraciones ambientales, nos alerta sobre la destrucción (antropogénica) de los ecosistemas que hacen posible nuestra vida. Sin embargo, siendo precisos es la humanidad la que está en peligro, el planeta podrá seguir su ruta (a pesar del desastre ecológico) por millones de años (probablemente), no la humanidad, más exacto debería ser alertar sobre el hecho de que la humanidad es única: hay Una sola Humanidad.
Es incierto el modo y el tiempo en que esa unidad, compleja y caótica llamada planeta, pueda autoajustarse y a costa de qué, lo que no deja lugar a dudas es que el destino de la humanidad sólo le compete a la misma humanidad. Y esto solo puede ocurrir en la medida en que la conciencia individual se exprese globalmente como conciencia de cuidado y regeneración ambiental.
Sin embargo, esa conciencia está siendo impedida por las rutinas económicas, comerciales y culturales que lubrican el goce de nuestra modernidad consumidora. No olvidemos que la constitución del poder global se alimenta de prácticas ecocidas difíciles de erradicar. Esa es la paradoja que enfrentan los gobiernos del mundo: estando soportados en poderes ecocidas se sienten socialmente obligados a adherirse a discursos proambientales. Al final termina imponiéndose el poder de la economía ecocida, aunque empresas y gobiernos simulen empatías medio ambientales. De esta manera resuelven la paradoja.
A la distancia se puede apreciar una realidad distópica de frontera: el momento en que el calentamiento global sea la amenaza letal del día siguiente. Si los gobiernos y las sociedades no avanzamos en la constitución de la conciencia que se requiere llegaremos muy tarde a esa realidad de frontera y por más conciencia espontánea ambiental y de sobrevivencia que se genere en ese momento habremos llegado demasiado tarde.
La economía, la educación y la cultura deben ser transformados desde ahora. Los valores con los que hoy se realizan estas actividades en mayor medida son contrarios a la supervivencia de la civilización. Para lograrlo la responsabilidad de los gobiernos es cardinal, los gobernantes deben representar no sólo el interés inmediato de los ciudadanos locales para garantizar la sobrevivencia sino el de toda la humanidad para asegurar la continuidad de la civilización.
Una sola Tierra, Una sola Humanidad es la estremecedora noticia que nos debe alentar a construir los caminos ambientales que necesitamos para que la humanidad continue en el planeta.
El Papa Francisco, abordando el problema, concluye que “no habrá una ecología sana y sostenible, capaz de cambiar algo, si no cambian las personas, si no se les anima a optar por otro estilo de vida menos voraz, más sereno, más respetuoso, menos ansioso, más fraterno”.