Cuando se cree que las vías ordinarias han fracasado para resolver los problemas que aquejan a una sociedad se incuban las impotencias y surgen casi siempre, las opciones extremas.
El descrédito y fatiga de las instituciones, de las políticas y de los gobernantes, alumbran los discursos estridentes, salvacionistas y autoritarios. Pero surgen con mayor temple cuando el extremismo ya ejerce el poder. Un extremismo siempre justificará y alentará al extremismo opuesto. El miedo, el resentimiento, el odio y la incertidumbre son el combustible que quema el motor del extremismo.
Al radicalismo anticlerical callista le correspondió el levantamiento cristero; el PAN surge durante el cardenismo que reivindicaba cierto radicalismo socializante; al autoritarismo Díaz ordacista y echeverrista le correspondió la guerrilla de los sesenta y setenta; al extremismo de la exclusión neoliberal de los años 80 y 90 le siguió el levantamiento zapatista. Es explicable que al radicalismo obradorista le corresponda su antípoda derechista: Frena y los que vengan.
En días pasados fue noticia significativa la firma de la «Carta de Madrid” por líderes panistas. La carta es un documento de intención que ha venido promoviendo entre las naciones iberoamericanas el partido español de ultraderecha Vox. Su propósito, según el contenido, es anteponer al totalitarismo comunista la libertad y la soberanía de las naciones.
El partido Vox, de origen español, está liderado por Santiago Abascal, quien a su vez procede del Partido Popular Vasco, el que a su vez era un blanco ideológico preferido por el extremismo de ETA en los años 80’s cuando de atentados y secuestros se trataba.
No es ninguna pavada o ingenuidad -como algunos han sugerido- que personajes políticos del PAN hayan firmado la «Carta de Madrid» y con ello busquen hacer causa común con Vox. El terreno en México es fértil para ello, para los radicalismos. El centrismo como tendencia política que trató de ganar espacios en las décadas pasadas, con nuestra raquítica primavera de la democracia, no prosperó como vía para realizar gobiernos eficientes. Su agotamiento dio pie a la emergencia de un nuevo grupo gobernante en 2018, que ha reivindicado un discurso difuso ideológicamente pero extremista en el trato con los adversarios.
La ideología difusa de quien gobierna, que justifica por un lado la alianza con un partido conservador, como el PES, que ejerce políticas no laicas, que apoya y mima a un gobierno autoritario como el de Maduro en Venezuela, que promueve el odio y la violencia contra los opositores, que hostiliza hasta el hartazgo a sus adversarios, también genera pendularmente respuestas extremas.
Por esta razón es que la noticia en el palacio de los virreyes fue celebrada. Eso es exactamente lo que se pretendía con el discurso de odio y confrontación que desde ahí se patrocina. Ahora ya no tendrán que inventar enemigos emboscados, ya tienen interlocutores que les corresponderán.
El extremismo de los aliados de Vox ajusta con exactitud en los engranajes del extremismo presidencial. Y el extremismo presidencial a la vez ajusta en las motivaciones de los firmantes de la “Carta de Madrid”. El dogmatismo y el fanatismo unifican el comportamiento de los extremistas.
La emergencia de los extremismos podría inaugura una nueva etapa en el escenario mexicano. Podríamos ver también la activación del radicalismo de izquierda. Los incentivos para que eso ocurra están dados y se siembran todos los días.
En un escenario así el presidente está en su elemento, como propaganda gana en lo personal, aunque en materia de gobierno pierda el país. Es lo que sabe hacer mejor, es maestro en manejar la subjetividad de sus interlocutores, es genial para inyectar odio, para confrontar y endurecer a sus seguidores. Lo que han hecho estos panistas es lo que él esperaba para consolidar su narrativa de conjuras y enemigos fantásticos.
El problema es que la espiral del extremismo ha tomado vuelo y en su vertiginosa ascensión los mexicanos seguirán siendo empujados a los polos. ¡O conmigo o contra mí!
Los extremistas de la «Carta de Madrid» y el extremismo obradorista han elegido como campo de batalla un lugar en el pasado, porque al pasado corresponde el discurso de Obrador y al pasado pertenece el discurso de Vox. Un pasado que a fuerza de invocarse cobra actualidad política y se ha convertido en opción.
Es lamentable que hasta ahora no exista una alternativa centrista, mesurada, que sofoque y apague los extremos y busque salidas dentro de la racionalidad política, la convivencia dialogante, el estado de derecho, los consensos, el respeto entre los diferentes, la búsqueda de la eficiencia y la eficacia del gobierno y la reconstrucción de los valores democráticos como medios para el progreso.
El extremismo deteriora la cohesión social y bloquea la imaginación y las oportunidades de acuerdo que necesita el país para resolver sus grandes problemas. El extremismo es, en el fondo, aniquilacionista. Del color que sea siempre negará la democracia. No es el camino que debemos seguir y sin embargo, ante la fragilidad democrática, ya se ofrece otro extremo para sustituir al que está en curso.