Andrés Manuel López Obrador no se ha cansado de decir que el problema de México es la corrupción y la impunidad. Junto con esta afirmación ha dicho que un gobierno que combata estas lacras nos sacará de la situación actual y avanzará en la consecución de la felicidad para todos. Siendo estas aseveraciones válidas electoralmente, no lo son para enfrentar a fondo los grandes desafíos que enfrenta la nación, y que en lo particular, me parecen cortas.
En primer lugar, quiero insistir en mi tesis de que no se trata de salvar al sistema de por sí insalvable, sino de hacerlo caer y sobre sus escombros levantar un nuevo proyecto de vida; y digo un nuevo proyecto de vida, porque un proyecto de nación ya no es suficiente, por más que se diga y cacareé. No se trata de recomponer el país sino de plantearse nuevas perspectivas económicas, sociales y políticas en relación con la realidad universal en la que nos encontramos.
El problema no es local, sino mundial y así debe plantearse y atenderse. Los aldeanos dirán que “que pitos” tocamos con el mundo cuando de lo que se trata es de arreglar la casa; pero precisamente la casa habrá de arreglarse cuando tengamos claro el papel que jugamos en el concierto de las naciones. Lo que está claro es que ya no puede continuar por el camino de la subordinación económica y que es necesario replantearse una nueva política en ese sentido, de seguridad y política-política que nos desancle de la grave situación que padecemos en relación con el norte, sobre todo con los Estados Unidos. Es en este momento una pena el papel de nuestro país con respecto a su papel ante la OEA o los acontecimientos mundiales en curso.
Se dirá también que plantearse un nuevo sistema político y económico es prácticamente imposible ante la cercanía con los Estados Unidos, el nivel de dependencia que padecemos con respecto a su economía y nuestra situación de subdesarrollo que nos imposibilita a pensar siquiera en un cambio de 90 grados en relación al tipo de gobierno y el modelo económico. Pero no hacerlo nos ha llevado a ponernos de rodillas de tal manera que para el gobierno de nuestros vecinos del norte somos menos que un cero a la izquierda. El muro es la prueba más palpable de lo anterior; por lo que creo que intentar actuar con una nueva estrategia política propia e independiente, nos haría mucho más fuerte y mucho más dignos.
Las miradas aldeanas sobre la salida a la grave crisis que padecemos harán inviable cualquier propuesta por más llena de fe que pudiera estar si no se plantean una estrategia que considere la situación mundial y, sobre todo, las consecuencias de habernos convertido en un país maquilador de las grandes marcas y consumidor de sus innecesarios productos. La actitud ética es importante, pero también lo es el modelo económico y el sistema político. Si no se trastocan nada cambiará sustantivamente.
Así que, regresando a lo planteado en un primer momento, acabar con corrupción y la impunidad, es una tarea imposible bajo el actual modelo de (sub) desarrollo.
La corrupción la promueve el capitalismo y la impunidad es la manera de ponerla a salvo de las garras de la justicia en su afán de acumulación. Al entramado y todos sus conductos y vasos comunicantes del poder político y económico lo corroe la corrupción: jueces y magistrados como los que dictaron libertad por falta de pruebas a los integrantes de la banda de “Los Porkis”, autoridades del gobierno que ocultaron y tergiversaron los hechos verdaderos del caso de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa; las graves actuaciones de los diputados y senadores que hace días protegieron a Antonio Enrique Tarín García de Chihuahua, implicado en actos de corrupción en el gobierno anterior de aquel estado, por el tiempo necesario para que no lo retuviera la policía mientras le concedían un amparo; las implicaciones del gobierno federal en el caso de los contratos entregados por más de mil millones de dólares a la empresa Odebrecht, que apunta inicialmente a su ex titular Emilio Lozoya; naturalmente el caso burdo y cínico de la “casa Blanca” de Peña Nieto; los hechos de corrupción del cada vez mayor cartel de exgobernadores quienes han desfalcado a los mexicanos con cifras millonarias y escandalosas, hasta las enormes listas de acaudalados que aparecieron en los “Panamás papers”.
El problema es la ganancia y las formas para obtenerla. Los hechos de corrupción sólo ratifican la esencia del capitalismo explotador y depredador. Tratar de ser éticamente correcto es muy bueno, pero no suficiente. Se requiere avanzar hacia la desmantelación de las causas que promueven y alientan la corrupción y la impunidad. Es necesario atentar contra el mercado libre que al fin y al cabo está sujeto a determinaciones políticas y económicas. La guerra por ejemplo, se promueve desde los altos círculos del poder como mecanismo para extender el poder, mantener el poder o subvertir el poder; pero también para mantener una industria que consume miles de millones de dólares anualmente.
Es imposible pensar el mundo actual sin este elemento vital para que el capitalismo se mantenga y se expanda entre nosotros. El poder permite a quien lo tiene expandir su zona de influencia para obtener recursos y vender productos. El poderío militar hace que estados Unidos nos imponga, por ejemplo, al dólar como moneda de cambio, entre otras muchas cosas. Son las grandes corporaciones las que determinan el curso de los acontecimientos en materia de intercambio financiero, sobre todo especulativo, y de bienes de capital. Esto hace imposible que un país como el nuestro pueda romper su condición de país del tercer mundo e incorporarse al club selecto de las naciones ricas.
¿De qué se trata entonces? De impulsar una serie de cambios de fondo que comiencen por reivindicar la política, lo que implica no tolerar actos de corrupción; acabar con las actividades especulativas como se hace con el cambio del uso del suelo, redefinir la propiedad social de la tierra; renegociar la deuda externa, impedir que las grandes empresas extranjeras y nacionales no cumplan con sus obligaciones fiscales; democratizar los medios de comunicación facilitando la generación de radios y televisión comunitarias y de organizaciones sociales y sindicales.
Convirtiendo la radio y televisión en un espacio para el disfrute, la información veraz, la educación y la promoción de la convivencia y la paz; alejándonos de la mediatización y la formación de consumidores alienados y estereotipos para la propagación de la violencia y el individualismo. La integración de cooperativas de producción, servicios y consumo basadas en la sustentabilidad y el intercambio solidario. La generación de nuevos nichos para el intercambio de productos, sobre todo a América Latina con quienes habría que generar un proceso de integración económico y político; además de China, Rusia e india. Iniciar un plan verdaderamente agresivo para el desarrollo de la ciencia y la tecnología que permita a nuestro país generar sus propios avances científicos y técnicos que se conviertan en nuevas marcas y patentes y establecer un plan de educación integral que nos haga mejores personas, más solidarias, cooperativas, trabajadoras y amorosas y así mejorar la vida social y productiva del país.
Recuperar los bienes nacionales y ponerlos al servicio de los mexicanos en primera instancia y del mundo en segunda oportunidad, utilizándolos racional, sostenible y sustentablemente. Impedir que Estados Unidos siga comercializando armas a los carteles de la delincuencia y cualquier otro país y, propiciar el cumplimiento a cabalidad de los acuerdos de san Andrés Larrainzar, brindando plena autonomía a los pueblos indígenas.