OPINIÓN. LA REVISIÓN DE LA ESCUELA. Por Julio Santoyo Guerrero

¿De qué tamaño es el golpe que la pandemia le ha propinado a la escuela mexicana? Es una pregunta, oportuna e imprescindible, que debe responderse para ajustar el sistema educativo nacional.

Sin embargo, es una pregunta poco frecuente entre quienes dirigen la educación. Peor aún, no forma parte de las tareas de reflexión impulsadas desde la Secretaría de Educación Pública. Pareciera como si nada hubiera ocurrido, como si no fuera evidente el quiebre de los servicios educativos que fueron brutalmente rebasados por el confinamiento de ya casi dos años.

No teníamos un sistema educativo de gran calidad, estaba poco actualizado y ya se cuestionaba su poca consistencia frente a los retos del siglo XXI. De hecho, la pandemia nos sorprendió cuando esta reflexión estaba tomando camino y trataba de superar el quiebre de las reformas del 2013 y comenzaba la operatividad de la reforma del 2019.

A la mitad de las dos reformas se plantó la pandemia y aplastó lo poco que quedaba de la de 2013 y asfixió por completo la del 2019. En una circunstancia tan comprometedora y confusa el sistema educativo quedó paralizado y el sujeto primordial de toda educación, los educandos, quedaron pasmados, aturdidos, sin orientaciones para dar continuidad a sus aprendizajes de manera eficiente.

Se ha tratado de hacer creer, a través de algunos indicadores, como el de deserción escolar y eficiencia terminal, que el daño está siendo menor. Se busca con esmero evitar el adjetivo de crisis educativa. Sin embargo, la realidad no se puede ocultar. El cierre de los planteles vino acompañado de una carencia crucial, la inexistencia de alternativas operativas, promovidas desde la SEP, para evitar la ruptura del proceso enseñanza aprendizaje.

Hasta la fecha no existe un proceso de evaluación serio que revise el conjunto de acciones, ese mosaico vario pinto de propuestas generadas a nivel central, en los estados y sobre todo desde los planteles escolares, para saber si fueron exitosas, si en algo paliaron el cierre de las escuelas o sólo fueron acciones testimoniales, pero sin resultados positivos.

Es cierto que en todas las naciones del mundo la pandemia colocó en un predicamento a sus sistemas educativos. En algunos más que en otros. Ahora bien, la diferencia estribó en la oportunidad y tino con que algunos intervinieron y en la irresponsabilidad de otros que no lo quisieron hacer. Mientras algunos gobiernos se esforzaron en pensar nuevas políticas e invirtieron recursos para sostener sus escuelas otros se cruzaron de brazos y agudizaron su crisis.

No deja de sorprender la escasa o muy suave crítica de quienes históricamente fueron agudos críticos de las políticas educativas previas cuando lo que está a la vista de todos es un abandono rampante del gobierno de las tareas educativas. El presupuesto a la baja, la cancelación de programas de apoyo a la educación, el desprecio por la cultura y la ciencia y un liderazgo impresentable que desde el despacho de Vasconcelos tiene que lidiar con un pasado tan negro como el de Elba Esther Gordillo, no parecen ser motivo ahora para la duda reflexiva. El ejercicio de la libertad y la crítica siempre será la mejor levadura para el pan de la educación

Se quiera o no la revisión de la escuela tendrá que hacerse. No se podrá resolver la crisis educativa de la pandemia si no se reconoce su cuerpo problemático, si no se hace, sus efectos seguirán manifestándose por años. Esto debe suponer la disección de la política educativa en curso, la revisión de las capacidades de liderazgo educativo nacional, la pertinencia curricular a la luz del sismo pandémico, la eficacia operativa de la estructura escolar frente a la crisis, el alcance y formas de uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, y la funcionalidad educativa de la relación docente – alumno en los planos presencial y a distancia.

Valoraciones preliminares indican que el rezago de aprendizajes es tal que determinará la caída de los ingresos en el futuro inmediato, tan solo por hablar de los efectos económicos. Para mejor entendimiento deberá comprenderse las implicaciones de que haya caído el promedio de escolaridad de los mexicanos que venía siendo de 9.7 años.

La revisión de la escuela deberá poner atención particular en la manera en que el sistema está respondiendo en las zonas de población pobre o marginada. Es el sector más golpeado por el abandono y la inoperancia de los métodos que se pusieron en práctica. Ahí se vive una amarga realidad:  una buena cantidad de escuelas permanecen cerradas desde hace casi dos años, en otras los educandos no conocen a sus maestros y en casi todas, la modalidad pomposamente llamada a distancia es por completo inoperativa y ha devenido en una simulación que es antítesis de toda pedagogía.

La crisis pandémica ha dejado al descubierto, también, dos realidades dolorosas que deben abordarse. La primera, que para las políticas educativas y la operación de la SEP los educandos no son el sujeto principal; la segunda, que, ante esta crisis, la autonomía profesional de los docentes hizo mutis y hasta ahora no ha tenido, en la mayoría de los casos, la capacidad para resignificar su función educadora y el compromiso ético con sus alumnos, más allá por supuesto de las debilidades institucionales del contexto.

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