OPINIÓN. EL FRACASO DE LA ESCUELA MEXICANA. Por Julio Santoyo Guerrero

Como ha ocurrido sexenio tras sexenio la nueva administración ha prometido que ahora sí la educación será de excelencia, se realizará con equidad y tendrá integridad.

En otros sexenios también se prometió mucho, por ejemplo, calidad, pertinencia, nacionalismo, socialismo; que formaría seres integrales, que conciliaría saberes científicos y cultura, que integraría los retos de la globalidad, que se centraría en la atención de los derechos humanos, que se formarían seres responsables y practicantes de los valores democráticos.

Cada sexenio, como en casi todos los ámbitos, se ha creído que el mundo ha sido inventado por el que despacha en palacio nacional. Ha habido un prurito singular de negar el pasado reciente y no ha importado que algunas cosas de ese pasado se hayan estado haciendo bien y que existan evidencias de resultados aceptables en el algunos aspectos.

Siempre la hubris del gobernante en turno termina arrojando al cesto de los desechos las acciones de lo que su antecesor ha promovido. Generalmente los gobernantes toman como punto de partida su singular fobia o bien su exaltado ego para negar lo previo y más bien inician su gobierno creyendo que su triunfo electoral es una revelación, una epifanía que los predestina, que obliga a reinventarlo casi todo.

En esa actitud residual mesiánica del presidencialismo mexicano radica el impedimento para que nuestro país se haya dotado de políticas de estado en asuntos tan cardinales como la educación. Cuando los administradores del sistema educativo, o bien cuando los docentes que son la parte más sustancial de ese sistema, entran en un dominio apenas relativo de las «nuevas» políticas, los elementos normativos y hasta los fines filosóficos, la pedagogía y la organización curricular, son modificados y como alud proveniente desde arriba barre las experiencias previas sin que se haya pasado por una valoración crítica del por qué y para qué.

Es el mismo camino que ha seguido la administración obradorista. La Nueva Escuela Mexicana que debía tomar camino en el ciclo escolar 2020-2021, que tiene como referentes tres aspectos que la debieran diferenciar y potenciar: la excelencia, la equidad y la integralidad, y que ha tenido que recurrir a modificaciones curriculares para imponer la impronta ideológica del gobierno en curso -lo mismo que hicieron sus antecesores- prácticamente ha sido aniquilada por la pandemia de Covid-19.

Demasiado temprano ha quedado en evidencia que ninguno de sus tres pilares ha podido ser atendido por la Secretaría de Educación Pública. Con anticipación imprevista ha quedado al desnudo la nula voluntad del gobierno de la república para hacer posible la excelencia en el marco de la pandemia.

Con el pretexto del combate a la corrupción y la política de austeridad las escuelas, los educandos y los maestros han sido abandonados a su suerte y a las capacidades propias y a los recursos personales de cada comunidad educativa.

Hasta antes del 18 los críticos de entonces a eso le llamaban «privatización». Han tenido que ser los particulares, las fundaciones civiles, las agrupaciones de padres de familia, los padres de familia y los maestros los que han tenido que invertir para darle viabilidad al maltrecho sistema de educación a distancia (no presencial).

La conectividad, las tabletas, los televisores, las computadoras, las plataformas, que debió financiar con oportunidad y eficacia la Secretaría para que estuvieran disponibles para docentes y alumnos, no llegaron, ni llegarán.

Bajo estas condiciones tampoco se está cumpliendo ni la equidad, tampoco la integralidad. Y cómo se habría de cumplir con la equidad si la mayoría de los educandos (52.3%) que provienen de sectores que viven en la pobreza no están accediendo a las tecnologías a través de las cuales se ha pretendido realizar el proceso enseñanza – aprendizaje.

Hasta ahora ha habido una ignominiosa complacencia de agrupaciones gremiales y de académicos que están cerrando los ojos ante el abandono y la caída educativa, tal vez en aras de la benevolencia presidencial. El ataque a la educación, la ciencia y la cultura no tiene precedentes, y aunque el pretexto es la lucha contra la corrupción, no hay explicación lógica que justifique la destrucción en lugar de la depuración y el fortalecimiento de instituciones que son necesarias.

Ni siquiera los regímenes que se ha acusado de «neoliberales» fueron tan brutales en el recorte al gasto educativo como está ocurriendo ahora. La distracción mediática -esa sí eficacísima- que diariamente estalla en todos los medios y las redes sociales, ha cumplido el propósito de sacar del debate público algo tan grave como lo es el fracaso del modelo educativo que está en marcha y que hace rato la pandemia ha hecho pedazos.

Si hubiera compromiso educativo desde el gobierno se estarían promoviendo ya alternativas consistentes. Estarían midiendo semana a semana el comportamiento educativo: deserción, aprendizajes, aprovechamiento, motivación, etc., y ofreciendo opciones y recursos para detener este lamentable fenómeno. Pero no es así, prefieren que el fracaso continúe, eso sí, de manera silenciosa.

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