Vestido con una camiseta y cubierto de mugre, Joaquín Guzmán Loera se arrastró para salir del alcantarillado y terminó en medio del tránsito.
Desorientado después de la larga caminata subterránea y huyendo de los militares que le pisaban los talones, se encontró frente a un Walmart. “El Chapo”, el narcotraficante más célebre del mundo, tendría que improvisar pues su transporte no llegaba.
Acompañado por uno de sus hombres de confianza tomaron por la fuerza el Volkswagen blanco de un conductor que pasaba por ahí pero, tan sólo una cuadras más adelante el vehículo comenzó a echar humo, según dijeron testigos. Desesperados por conseguir otro automóvil, los dos hombres vieron un Ford Focus rojo parado en un semáforo; lo manejaba una mujer que llevaba a su hija y nieto de cinco años
“Salgan del auto ahora mismo”, dijo el cómplice de Guzmán, apuntando a la mujer con un arma mientras abría la puerta, según los testigos. Ella obedeció y sacó al niño del asiento trasero pero dejó sus pertenencias en el auto. El hombre le pasó su bolso con amabilidad antes de arrancar.
Los Marinos mexicanos habían estado tras la pista de Guzmán durante más de seis meses, desde aquel día en que humilló a la nación al escapar de la prisión más segura usando un túnel en el piso de la regadera dentro de su celda. La persecución los llevó a los territorios del Triángulo Dorado, en la frontera entre los estados de Durango y Sinaloa, un área donde los pobladores veneran a Guzmán. Evadió varias redadas de las autoridades; incluso estuvo cerca de encontrarse con ellas después de la entrevista con el actor Sean Penn.
El despliegue de las fuerzas militares tuvo un costo para El Chapo. Las autoridades revisaron 18 propiedades que tenía en su tierra natal. Después de pasar varios días en las inhóspitas montañas, donde hasta un multimillonario como Guzmán se las vio negras, lo único que deseaba era un poco de comodidad.
A principios de enero Guzmán llegó a la ciudad de Los Mochis, en Sinaloa, a una casa donde las autoridades habían localizado a uno de los hombres que ayudó a cavar el túnel por el que “El Chapo” escapó. Durante semanas equipos de construcción trabajaron en la casa. Las llamadas interceptadas indicaban que alguien importante estaba por llegar.
En cambio la imagen del “Chapo” se ha fortalecido con cada una de sus fugas. Más que ser visto como jefe de un cartel que envía toneladas de drogas a más de 50 países en todo el mundo, con un alcance que supera al de Pablo Escobar en su apogeo, Guzmán se ha ganado la reputación de ser el escapista más hábil del mundo.
Después de fugarse de prisión en 2001 (según algunas versiones huyó oculto dentro de un carrito de lavandería), Guzmán evadió a las autoridades mexicanas y estadounidenses durante más de una década. Ingenieros y excavadores construyeron en todas sus casas túneles que le permitieron escabullirse, una y otra vez, minutos antes de las redadas.
En febrero de 2014 las autoridades llegaron a una casa en Culiacán en la que encontraron un truco característico del “Chapo”. Se trataba de un túnel cuya entrada estaba debajo de una bañera, por donde el capo de la droga se acababa de escapar.
Después de todo, Guzmán fue el creador de los túneles de la frontera, pasajes subterráneos equipados con iluminación, ventilación y carros mecánicos para pasar el contrabando de drogas a los Estados Unidos sin tener que molestarse con los agentes aduanales. En total, se estima que la organización de Guzmán cavó más de 90 túneles similares.
Pero esos túneles no pueden compararse con el que mandó a construir para escapar el verano pasado del ala más segura de la prisión más segura del país. Durante los 17 meses que Guzmán estuvo encerrado a menudo se reunió con asociados, no sólo para planear su defensa legal, sino también para tramar su escape, dijeron los oficiales mexicanos. Sus hombres compraron terrenos cercanos a la prisión, donde construyeron un muro exterior y un edificio sin terminar. De ahí, a un kilómetro y medio de distancia, comenzó la excavación.
Al final alcanzaron el lugar exacto donde se encontraba la celda de Guzmán, cavando el túnel por debajo del piso de la regadera en un espacio estrecho detrás de un muro que llegaba a la cintura y daba a los prisioneros un poco de privacidad al evitar la mirada de la cámara de seguridad que vigilaba las 24 horas del día. A las 8:25 p.m., el 11 de julio de 2015, Guzmán entro a su regadera, se agachó y desapareció para convertirse en leyenda por segunda vez.
Más tarde dos jets Cessna lo llevaron a las montañas de su infancia donde la persecución comenzaría, una vez más.
Contactos con la gran pantalla
A pesar de ser bajito, Guzmán tiene un gran ego. Sus abogados habían reunido documentos para registrar los derechos de propiedad de su nombre con el fin de iniciar un gran proyecto: la película sobre su vida. Contactó a varias actrices mexicanas famosas, entre ellas Yolanda Andrade, y esperaba atraerlas hacia su mundo de influencia y poder. Kate del Castillo, la actriz mexicana conocida por su interpretación de una jefa del mundo del narcotráfico en “La reina del sur”, había captado su atención. Ella fue solidaria con el capo en las redes sociales, y Guzmán instruyó a un asociado para que la contactara.
Antes del escape, la actriz se reunió con un abogado en la Ciudad de México para hablar sobre las comunicaciones con Guzmán sobre su posible filme. Las reuniones y los mensajes continuaron mientras el narcotraficante se instalaba en las montañas de la Sierra Madre.
Las autoridades mexicanas monitoreaban los teléfonos de Guzmán y sus cómplices, y leían los extraños y tiernos mensajes que le mandaba a la actriz. Guzmán le prometió a Kate del Castillo que la protegería como si fuera sus ojos. Incluso cuando Del Castillo sugirió ir acompañada por Sean Penn para la entrevista, el capo de la droga no vaciló en aceptar. Parece que incluso no tenía idea de quién era Penn.
Al rastrear los mensajes las autoridades localizaron a Guzmán y a principios de octubre planearon una operación para atraparlo. Pero pospusieron la misión porque no podrían actuar mientras Penn y Del Castillo estuvieran cerca. El 2 de octubre se reunieron por primera vez en las tierras del Triángulo Dorado, cerca de la ciudad de Cosala, en Sinaloa. Después Guzmán se fue a Durango donde tenía un rancho.
Cada vez el cerco se hacía más estrecho. Las autoridades llegaban a los pueblos y casas de sus socios, donde se creía que estaba escondido. Pero su reunión con los actores les dio la oportunidad que necesitaban: inteligencia con su ubicación específica.
Seis días después, un contingente de militares se desplegó para capturar a Guzmán en su rancho, actuando con información proveída por las autoridades estadounidenses. Durante la redada, Guzmán (quien siempre llevaba a sus dos cocineras adondequiera que fuese), cayó en una zanja donde se lastimó el rostro y la pierna.
Un helicóptero Black Hawk que sobrevolaba la escena lo divisó mientras corría a toda velocidad, acompañado de sus cocineras y llevando en brazos al hijo de una de ellas. Un francotirador de las Fuerzas Especiales mexicanas le apuntó con su rifle pero se le ordenó que no disparara. Después de ver al helicóptero, Guzmán se retiró con el niño en brazos, según los oficiales mexicanos, para evitar ser el blanco de los disparos. La posibilidad de herir a una de las mujeres o al niño mientras atacaban a Guzmán era muy alta, comentaron.
En las semanas siguientes, las operaciones continuaron en las zonas bajo su control. El invierno que se acercaba también le preocupaba al líder del cartel (Culiacán, la capital de Sinaloa, donde su vida podía ser más cómoda, estaba bajo vigilancia constante). Necesitaba irse a un sitio fuera de los territorios que normalmente controlaba.
Un tiroteo sangriento
Los Mochis era el lugar. En 2013, el balance de poder en la ciudad había comenzado a cambiar. El cártel Beltrán-Leyva, que estaba desintegrándose y que por mucho tiempo fue la fuerza dominante, fue expulsado para así dejar el control al cártel de Sinaloa, comandado por Guzmán.
El gobierno, consciente de que Guzmán planeaba viajar a un centro urbano, siguió a uno de sus asociados a una casa en Los Mochis, en una carretera con un cine, restaurantes y una plaza comercial en la cercanía.
Pronto comenzó la construcción. Los vecinos pasaban periódicamente para echar un vistazo. Un trabajador incluso le prometió a uno de ellos que le daría el concreto que sobrara después de que terminara la remodelación. “Puedes quedarte con lo que no usemos”, le dijo al vecino. “Sólo estamos haciendo unas reparaciones”.
A principios de enero los residentes de la casa cambiaron sus rutinas, dijeron las autoridades. Interceptaron las conversaciones telefónicas en las que hablaban de la inminente llegada de alguien conocido con los alias de “Abuela” o “Tía”. Al amanecer del 7 de enero un carro se detuvo en la casa. Aumentó la certidumbre de las autoridades de que Guzmán había llegado. Esa noche, después de la orden de tacos, estaban casi seguros.
Antes del siguiente amanecer, 17 militares de las Fuerzas Especiales de la Marina mexicana atacaron la casa, con el apoyo de 50 soldados que estaban a cargo de la vigilancia, y de revisar el sistema de drenaje dentro y fuera de la casa.
Después de entrar por la fuerza a través de una puerta de metal, llegaron a lo que parecía ser un pequeño vestíbulo, rodeado por un laberinto de puertas. Poco después el tiroteo comenzó. “Tenemos a un herido”, gritó un militar, refiriéndose a uno de sus propios soldados, según un video de la redada grabado por la cámara del casco de un soldado.
El tiroteo continuó en los pasillos. Un comandante ordenó a uno de los militares que arrojara una granada frente a una de las puertas que bloqueaban el paso. Dos militares avanzaron por otro pasillo, dirigiéndose con cautela hacia una escalera que los hombres de Guzmán utilizaron para escapar al techo.
A las 6:30 a.m., la casa estaba tomada. Cinco de los hombres de Guzmán murieron en la redada; cuatro fueron arrestados. Dos mujeres, las cocineras, también fueron puestas bajo arresto. Sólo un militar resultó herido.
Una revisión de la casa reveló dos túneles: uno debajo del refrigerador, un túnel falso que sólo servía para confundir a las tropas que avanzaban. El otro estaba en el armario de una de las habitaciones. Un interruptor activaba una trampilla tras el espejo que llevaba a la ruta que Guzmán utilizó para escapar.
En la carretera, Guzmán y su socio se dirigieron a la ciudad por la Autopista 15. Pero la policía federal estaba alerta; captaron a los dos hombres en el Ford Focus y los arrestaron.
Los policias estaban nerviosos: tenían bajo su custodia a dos de los hombres más peligrosos de todo México. Mientras esperaban a los oficiales de la Marina los llevaron a donde nadie pudiera verlos, temerosos de que las fuerzas del cártel pudieran intentar rescatarlos. Tenían motivos: la policía supo que cuarenta asesinos iban en camino a liberar a su líder, afirmaron oficiales de la policía mexicana.
Llegaron al Hotel Doux, un motel cerca a la autopista. Reservaron habitaciones y tomaron fotos de Guzmán en un chaleco antibalas sucio. El capo de la droga los instaba a que lo liberaran, con promesas de trabajo. Cuando se negaron, intentó con amenazas.
“Se van a morir todos”, les advirtió, narraron los policías.
Guzmán fue trasladado por la Marina a la Ciudad de México en un helicóptero. En breve todos se habían ido del motel, dejando atrás sólo una cosa: una factura sin pagar, dijo un empleado.
Después de desfilar ante un tumulto de cámaras esa noche, Guzmán abordó otro helicóptero, que lo trasladó a la misma prisión de la que había escapado seis meses antes. Esta vez, para asegurase de que se quede ahí, las autoridades dijeron que rotarían su celda, sin permitir que se quede tiempo suficiente para cavar su salida nuevamente. Se mejoraría la seguridad con más guardias y vigilancia las 24 horas con cámaras adicionales.
Pero para muchos, entre más tiempo pase en prisión el capo, mayor el riesgo de que se escape. Su encarcelamiento podría extenderse hasta un año, tal vez más, dados los creativos recursos judiciales presentados por su equipo de abogados para evitar su extradición a los Estados Unidos, donde enfrenta acusaciones federales por narcotráfico y homicidio.
Uno de esos recursos, presentado en agosto mientras Guzmán seguía prófugo, estipulaba que sería imposible que Guzmán recibiera un juicio justo en Estados Unidos, dado el trato hostil hacia los mexicanos. Como prueba citaron las declaraciones de Donald Trump.
Paulina Villegas y Elisabeth Malkin colaboraron con este reportaje desde Ciudad de México y Frances Robles desde Miami.
Ja ja ja me acabo de acordar de una pelicula, quizas la similitud es pura coincidencia pero se parece a la dictadura perfecta, hasta el reportero creo que es el mismo