Peña Nieto y su partido, el PRI, llegan a su segundo informe bajo acoso. El descontento se generaliza y la protesta no amaina desde el 27 de septiembre de 2014, un día después de la tragedia de Iguala. De acuerdo con varias encuestadoras nacionales, Peña Nieto ha llegado a su nivel más bajo de aceptación, en medio del descrédito y el hartazgo popular. A dos años de gobierno, el gobierno priísta aparece como reprobado por la mayoría de los mexicanos; situación sin precedente en la historia reciente del país.
El crimen y la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa ocurrido el 26 de septiembre pasado, a manos de policías locales y delincuentes ligados al narcotráfico y, ante la presencia de policías federales y el ejército ha cimbrado la conciencia nacional e internacional y ha sido reconocido como un acto de barbarie al estilo de los que realizaron los nazis con sus enemigos y adversarios.
Este hecho, venía precedido de una espiral de violencia e impunidad que parece no querer detenerse, pues los principales auspiciadores están precisamente en el gobierno. Los asesinatos de 27 personas en Tlaltlaya, en el Estado de México, a manos del Ejército y los miles de detenidos y desaparecidos o muertos como víctimas de la violencia sin control. Los hechos de Iguala en contra de los normalistas aparecen como la gota que derramó el vaso y que ha venido a demostrar que no es posible confiar en quienes son responsables de conducir este país y brindar seguridad a quienes en él vivimos.
Si estos acontecimientos son de por sí graves, la forma en que el gobierno ha atendido el caso, la actitud mostrada ante la exigencia y las demostraciones de solidaridad han hecho que la tensión aumente y que el desprestigio crezca de manera proporcional. La indolencia inicial, la indiferencia, la demora, el cansancio expresado por el titular de la PGR, las graves violaciones a los derechos humanos ante la protesta social, el desaseo y la ineptitud con que se han conducido los encargados de investigar e impartir justicia, son elementos detonantes de la inestabilidad social que se vive.
Súmese a ello los problemas estructurales que el país presenta y que no se han modificado para bien en estos dos últimos años, sino al contrario, mayor pobreza y mayor incertidumbre ante el futuro inmediato, en el cual prometieron el PRI y Peña Nieto que todo iba a cambiar con su llegada.
Pero los hechos lo desmienten, en medio de todo lo anterior se corrobora que como dice el dicho “puerco que come mierda, aunque le rompan el hocico”, ante la evidencia flagrante de corrupción y tráfico de influencias de la pareja presidencial y su “Casa Blanca de Las Lomas”, con valor de 7 millones de dólares (casi 100 millones de pesos). Y, al parecer, esto es solo la punta de la madeja de la bola de corrupción en la que se han montado para lograr los propósitos políticos y económicos que se han propuesto.
En tiempos de transparencia, Peña Nieto suspende la construcción del tren de alta velocidad México – Querétaro, una vez que se supo de sus ligas y negocios con el consorcio ganador. Pero nada a dicho para explicar el porqué de esa decisión, sino solo se supo que era para realizarlo con mayor transparencia. Lo que nos hace concluir que estamos ante la presencia de una acción en donde al parecer hubo información y compromisos gubernamentales que le dieron ventaja a la empresa ganadora por sobre el resto de quienes quisieron competir, pero se vieron imposibilitados para ello por las acciones tomadas por el propio gobierno.
Corrupción, violencia, impunidad, pobreza creciente, violación a los derechos humanos, detenciones injustificadas, abuso de poder, enriquecimiento ilícito, etc., son las partes del informe presidencial que no se dirán, pero que ya todos sabemos. Por ello la exigencia de la renuncia de Enrique Peña Nieto, no solo es correcta, sino necesaria.