El ciclo escolar 2022-2023 inicia con un horizonte poblado de incertidumbres. La primera y la menos atendida por la Secretaría de Educación Pública es la referente a la magnitud del daño ocasionado por los dos años en que los estudiantes estuvieron alejados de sus aulas.
¿De qué tamaño es el número de estudiantes en deserción? ¿Cuál es la dimensión de los aprendizajes perdidos? ¿Por dónde empezar? Son entre otras, preguntas que debieron ser contestadas a partir de un diagnóstico del sistema educativo nacional como condición previa para iniciar el ciclo con programas puntuales de atención.
La segunda incertidumbre se proyecta sobre el futuro del quehacer escolar y se refiere al nuevo marco curricular de la Nueva Escuela Mexicana que operará con 30 escuelas piloto por estado a partir del presente ciclo y que entrará en operación en todas las escuelas de educación básica a partir del 2023.
El ciudadano común ha escuchado de reformas cada sexenio gracias al espíritu narcisista de nuestros presidentes, que sin mirar por el interés superior de México se obstinan en mirarse el ombligo. Todos se creen educadores. Esta viciada practica sexenal no ha hecho caso de lo real educativo, es decir, de que los resultados de una reforma solo pueden apreciarse en una generación no en seis años. La continuidad educativa, aunque sea buena, está fuera de su vocabulario.
Aplicar una reforma a partir del último año de un sexenio es apostarle al fracaso. Más aún cuando esta reforma no se ubica en la linealidad de un mismo paradigma, sino que se sustenta en un pensamiento paradigmático distinto, contrario a los previos.
Desde el gobierno podrá decirse que justo de eso se trata. Fuera sencillo si solo bastara con un decreto para hacerlo, es decir, que los maestros fueran algo así como una correa de transmisión. La realidad es radicalmente distinta. El paradigma en el que se soporta el nuevo Marco Curricular, las llamadas “epistemologías del Sur”, suponen un cambio de concepción profundo que choca y chocará con la formación y práctica de los docentes. También difiere de la percepción que de la educación tienen los padres de familia.
Mientras que en los modelos educativos previos el sujeto educativo es el individuo en el nuevo marco curricular aprobado el sujeto educativo es la comunidad. Y no es cualquier diferencia. Eso lo cambia todo, modifica la evaluación, cambia la jerarquía de contenidos, replantea los medios didácticos y altera por completo la práctica docente.
¿Quién aprende? ¿El individuo o la comunidad? ¿El individuo a través de la comunidad o la comunidad a partir del individuo? ¿Es un ente de aprendizaje la comunidad, o solo es un medio de coexistencia social y una oportunidad de aprendizaje? ¿A quién se evaluará, a la comunidad o al individuo?
Las “epistemologías del Sur” privilegian los saberes por encima del conocimiento científico, al cual se acusa de eurocéntrico y occidental. Se privilegia lo local, se desvalora la ciencia y se omite lo universal y la condición global.
¿La Decolonización, como estrategia para deconstruir los vicios del colonialismo, (según la justificación del Nuevo Marco Curricular) no debiera mejor dar paso a la deconstrucción de los mecanismos actuales del poder real, por ejemplo, el militarismo, el clientelismo, la victimización nacionalista, el populismo autoritario y la relación del poder con el crimen organizado?, después de todo México es una nación independiente desde hace 200 años y estos son los problemas cardinales del poder que están determinando el presente y el futuro de México.
Para que esta reforma sea exitosa se necesitará mucho más tiempo que el restante a este sexenio, amén de un detallado programa para su aplicación que hasta ahora no existe. Preocupa que no haya ningún referente mundial de esta propuesta que pueda servir de referente experiencial. Pero también puede ocurrir, como ha ocurrido en las reformas previas, que en la práctica se imponga la inercia tradicional de los métodos que siempre han utilizado los maestros y termine siendo esta una reforma gatopardista, es decir, se cambia la narrativa, pero se sigue enseñando como siempre.
De hecho, algunos puntos de la presente reforma entran en abierta contradicción con las políticas públicas que ha puesto en operación el gobierno. Un ejemplo de ello es la perspectiva de Equidad que se incumple con la desaparición del programa de escuelas de tiempo completo y la generación de becas no focalizadas que agudizan la desigualdad entre alumnos.
Es obvio que una reforma educativa requiere de condiciones previas, una de ellas es la operación regular del sistema educativo en su conjunto y un caudal propositivo y entusiasta de docentes y sociedad, condiciones que no se cumplen. El consenso es vital para el éxito.
El sistema está debilitado y no se conoce el estado de los aprendizajes de los estudiantes ni de programas para atender los rezagos de aprendizajes. Y sobre este suelo minado ahora se pretende montar una reforma de implicaciones paradigmáticas. ¡Vaya, que será difícil ¡
La premura con la que se ha procedido pone al descubierto la urgencia política, ajena al interés superior que constituye la educación. Esta marcha atropellada de tiempos y procesos no hace otra cosa que generar un ambiente de incertidumbre entre docentes, estudiantes y sociedad que serán obstáculo para que la dicha reforma alcance éxitos antes que el sexenio finalice y la nueva élite sexenal decida cambiar el discurso y la ruta.
Cuando en los treinta del siglo pasado se creyó que bastaba con decretar que la educación en el país sería socialista, fundada en la lucha de clases, para tener un sistema educativo progresista y eficiente resultó en un fracaso en términos de aprendizajes reales congruentes con el desarrollo económico, científico y cultural del país. Es decir, la sustancia socialista jamás existió, tampoco mejoró la educación, todo quedó en ideología. Parece entonces que no hemos aprendido de nuestra historia.