En el futuro, en las escuelas habrá una asignatura obligatoria nombrada con palabras de vergüenza y autocrítica: la infame historia de cómo la humanidad destruyó su hogar creyendo que estaba arribando al progreso y a la felicidad. Será obligatoria en todos los niveles escolares y pretenderá que las generaciones de entonces se conviertan en defensoras y protectoras de la escasa naturaleza aún existente. Muchos sólo conocerán en imágenes lo que fue de su inmensidad y belleza. Desarrollarán habilidades especializadas en captar, producir, cuidar y administrar la muy poca agua disponible. Dispondrán, en función de una nueva Ética pro natura, de recursos inmensos para recuperar la genética de las especies desaparecidas, para tratar de restaurar oportunidades de vida.
El estudio de cómo se originó la crisis civilizatoria que destruyó el hogar ecológico de las sociedades no solo revisará la poderosa y compleja maquinaria económica, que con fauces inclementes devoró toda naturaleza que pudiera propiciar riqueza financiera, sin que las mayorías siquiera se percataran de las consecuencias. Desde afuera y en el otro extremo de la realidad, las nuevas generaciones se harán preguntas para tratar de entender el comportamiento suicida heredado.
Una pregunta precederá a todas las demás. ¿Qué les impidió a nuestros abuelos entender que abusar de la naturaleza era caminar por la vía de la insensatez y heredar esterilidad y erosión? Sin exculparlos de su responsabilidad se expondrán uno a uno los argumentos de respuesta: el contexto histórico en el que la economía, la tecnología y la concepción de la vida, producían valores que cegaban la conciencia. Tratarán de comprender cómo los causantes de la crisis civilizatoria, jamás se percataron de que encaminaban a todos a la muerte. Se dirán que su conciencia era tan banal, que creían -porque casi todos creían- que estaban en el camino correcto y que el ecocidio era la normalidad, el medio regular para obtener satisfacción y riqueza. Que lo inmediato era lo importante, que la especie humana era merecedora para sacrificar en su altar a toda la otra vida, la de la naturaleza.
En ese futuro todos aceptarán que habían llegando demasiado tarde con otros valores. El daño que ya era brutal en los días de los abuelos era irreparable en los tiempos futuros. Ni toda la ciencia y espectacular tecnología eran suficientes para recuperar lo perdido en siglos. Además, la prudente desconfianza en la tecnología, parte del origen de la tragedia, no alentaba para sostener que debían convocarla para que formara parte central en la nueva cosmogonía.
Si tan solo le hubieran concedido a la palabra equilibrio la importancia que siempre ha tenido en la relación civilización – naturaleza, mucho se habría evitado. Pero veían al mundo desde valores muy distantes y contrapuestos a los del futuro-presente. Para el humano del pasado la naturaleza estaba ahí para ser usada, dominada, comercializada, ese era su valor. Nunca entendieron y mucho menos asumieron que la naturaleza no necesita de los humanos para valer, que su valor es intrínseco al complejo de relaciones que tiene con el universo. Que la naturaleza puede prescindir de los humanos y prosperar sin ellos, que la otra visión era sólo puro narcisismo. En ese futuro reconocerán que de haber prevalecido esta filosofía no habrían llegado a aquel momento tan amargo.
En las escuelas del futuro la Ecología y las filosofías que sacan al hombre del centro de las cosmovisiones tendrán un lugar preponderante. Lo mismo pasará con la Economía que deberá poner en práctica saberes que logren la sustentabilidad y la sostenibilidad de las sociedades. No se diga de las tecnologías, cuyo límite invasor estará marcado por una Ética de la vida natural. La nueva relación sociedad naturaleza tendrá que invertir sus términos para que en verdad sea otra: naturaleza-sociedad. Es decir, indicando que a la sociedad le precede en términos vitales la naturaleza y que toda civilización para que pueda ser tiene que aceptar los equilibrios por ella establecidos. Nuestra sociedad está por la naturaleza, no a la inversa.
Moraleja.
No debiéramos esperar. El ecocidio permanente que ejerce nuestra civilización está pintando con rapidez el cuadro distópico del futuro: una crisis civilizatoria determinada por la destrucción de nuestro hogar natural. Sabemos lo que viene, adelantemos la crítica a los valores y supuestos que fincan el camino de esa crisis. Otra manera de relacionarnos con la naturaleza es imprescindible, aunque ahora no lo parezca, es cuestión y de vida o muerte.