Los modestos logros que el sistema educativo mexicano ha alcanzado en las últimas décadas se están desdibujando por los efectos generales de la pandemia por Covid-19. La deserción escolar del 10% para la educación básica y del 8% para la educación superior, oficialmente reconocidos para las meses de marzo a julio del ciclo escolar pasado, apenas son el primer dato crítico de lo que podría ser una cadena de noticias adversas en los indicadores educativos nacionales.
Falta conocer en los próximos meses la deserción reflejada en la inscripción y en la asistencia en las primeras semanas del ciclo escolar 2020-2021, y luego identificar los aprendizajes no alcanzados durante el confinamiento en los campos formativos que atraviesan la educación básica: Lenguaje y comunicación, Pensamiento matemático, Exploración y comprensión del mundo natural y social y Desarrollo personal y para la convivencia. También resta conocer la magnitud de los aprendizajes no logrados en la educación media superior y la superior, para tener una idea del estado actual de las afectaciones.
La Secretaría de Educación Pública, a través de sus áreas de planeación o valiéndose de estudios realizados por instituciones de investigación, tienen el reto urgente de presentar a la nación una evaluación del rendimiento del sistema educativo que permita saber la capacidad y calidad de respuesta que este ha tenido frente a las condiciones extraordinarias impuestas por la pandemia.
Las políticas de emergencia que se han adoptado, de sana distancia, de confinamiento, de cierre de planteles, de apoyo tutorial a los estudiantes, de distribución de contenidos a través de las tecnologías de la comunicación, de capacitación a docentes para operar la educación a distancia, tienen que ser evaluadas de manera permanente para corregir deficiencias y madurar el sistema de atención no presencial que se ha puesto en práctica.
No debe omitirse el análisis de la funcionalidad educativa de la familia que se ha constituido en la plataforma más importante desde la que se gestionan los aprendizajes de los estudiantes, sobre todo los de educación básica. Se puede anticipar que el éxito del sistema a distancia, o no presencial, que ha puesto en operación la Secretaría de Educación, descansa en gran parte en las acciones asertivas o no de los padres de familia o tutores desde casa.
Una de las limitaciones que esta modalidad no presencial ha dejado expuesta es que se pensó en la sola relación escolar maestro – alumno y ha dejado de lado la intervención del padre de familia o el tutor como sustituto presencial del docente. Lo cierto es que a la hora de la funcionalidad educativa de esta modalidad es el padre de familia quien ejerce una relación educativa directa. En los hechos el maestro aparece como referente tutorial pero es en el hogar en donde se generan las oportunidades educativas, vivenciales. En el hogar ocurre ahora lo que antes en el salón de clases. Sin embargo, el modelo hasta ahora no ha reconocido esta característica con las implicaciones educativas que supone, entre otras, diseñar acciones sistemáticas de capacitación para padres. Al no hacerlo ocasiona desconcierto y desánimo, dejando la puerta abierta al abandono educativo. La mayoría de los padres no estaban preparados para encarar esta responsabilidad con eficacia.
La pandemia, por necesidad sanitaria, ha reconcentrado en la familia funciones que se realizaban en otros espacios, la economía, la salud, la diversión, y por supuesto la educación. Este hecho evidente tiene que ser valorado por la Secretaría de Educación para ajustar sus políticas extraordinarias y contener, lo más que se pueda, la pérdida de valor educativo. Por ejemplo, si el medio privilegiado para la distribución de contenidos y para realizar la comunicación entre docentes y alumnos es la televisión y la conectividad a internet, tendría que disponerse de los recursos suficientes para lograr la cobertura en todo el país a la vez que ponerse en las manos de alumnos y maestros los equipos y plataformas que son imprescindibles para que esta parte del modelo funcione.
El ajuste permanente del modelo es determinante para su éxito, es la vía precisa para evitar el vacío de aprendizajes. Si no se atiende, como las circunstancias obligan, terminará ocasionándose la merma en las capacidades productivas, creativas, y desde luego en la generación de satisfactores sociales.
Hasta ahora los datos que se tienen sobre la deserción escolar son preocupantes. Este sólo indicador, que podría agravarse de aquí a marzo en que se prevé la disminución de la pandemia, ya coloca a México tres décadas atrás. No es fortuito que los grupos sociales vulnerables estén siendo los más afectados por un modelo que prácticamente los ha refundido en la marginalidad. De ahí la urgencia de una revisión permanente del modelo que propicie la actualización de políticas públicas y la consecuente asignación de recursos financieros extraordinarios para que la exclusión educativa no ocurra.